El ascenso de Donald Trump al poder ha despertado ecos inquietantes de un pasado oscuro, que muchos preferirían olvidar. Su modelo de liderazgo se asemeja, en más de un sentido, a las técnicas totalitarias y racistas que caracterizaron la ideología nazi en la Alemania de Adolf Hitler.
La política antiinmigrante de Trump, que ha llevado a la persecución y deportación masiva de latinoamericanos, especialmente venezolanos, se puede ver como una versión moderna de un holocausto, donde la búsqueda de «pureza» nacional se traduce en la opresión de grupos considerados indeseables.
La situación en El Salvador es particularmente alarmante. El régimen de Nayib Bukele ha creado el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), un campo de concentración donde se han recluido a inmigrantes, con el respaldo tácito del gobierno estadounidense. En este contexto, la deportación reciente de 247 inmigrantes venezolanos acusados de formar parte del Tren de Aragua es un recordatorio escalofriante de que la humanidad parece estar retrocediendo a épocas donde el racismo y la xenofobia dominaban las políticas estatales.
La guerra de aranceles que Trump ha desatado complica aún más este panorama sombrío. Al imponer tarifas aduaneras exorbitantes sobre las importaciones como una forma de recuperar el déficit financiero de Estados Unidos, está jugando con candela. Los aranceles no solo incrementan los precios de los productos importados, sino que también generan inflación, erosionando el poder adquisitivo de los consumidores estadounidenses. Esta jugada, que podría parecer una estrategia económica a corto plazo, tiene potenciales consecuencias devastadoras para el comercio internacional. Las barreras arancelarias reducen el flujo de bienes y servicios entre naciones, lo que afecta no solo a exportadores e importadores, sino que crea un efecto dominó que perjudica a la economía global.
En el ámbito político, las tensiones diplomáticas aumentarán. La guerra comercial que Trump ha desatado está lejos de ser una solución; más bien, es un caldo de cultivo para represalias que pueden expandirse a otras áreas de la cooperación internacional. La presión sobre acuerdos comerciales, que ya están tambaleándose, podría llevar a la renegociación o, en el peor de los casos, a la cancelación total de tratados de libre comercio. Recientemente, hemos sido testigos de las repercusiones de esa actitud durante su primer mandato, cuando las relaciones entre Estados Unidos y China se deterioraron, creando un ambiente de desconfianza y resentimiento mutuo.
Trump, en su discurso desde la Casa Blanca, no dudó en usar terminología de supremacía, evocando la idea de una nueva independencia nacional. Declarar el 2 de abril como un hito histórico para Estados Unidos, como si fuese una fecha de liberación, es, por un lado, un intento de galvanizar el nacionalismo económico, y por otro, un insulto a aquellos que sufren bajo sus políticas opresivas. Al afirmar que estos aranceles son una señal de prosperidad, Trump no solo demuestra una desconexión alarmante de la realidad económica, sino que también ignora el sufrimiento que provoca en las comunidades más vulnerables.
Las cifras son contundentes: aranceles de hasta el 49% sobre productos de múltiples países, incluyendo un 34% a China y 20% a la Unión Europea, se traducen en un aumento significativo de costos que impactará a las clases trabajadoras. La industria farmacéutica, por ejemplo, se verá gravemente afectada; aquellos que necesitan tratamientos médicos verán su acceso restringido, poniendo en riesgo vidas humanas. La insensibilidad de Trump hacia estas realidades sociales es asombrosa, y su comparación de Estados Unidos con una empresa muestra una visión utilitarista y deshumanizante del país.
Nicaragua tendrá una tasa del 18 % y Brasil, Chile, Colombia, Perú, Argentina y Ecuador del 10 %, Venezuela con un 15%. Su amenaza de sancionar a las naciones que compren petróleo venezolano con aranceles del 25% es una clara muestra de su desprecio por la soberanía de otros países. La respuesta del gobierno venezolano, calificando estas como «arbitrarias, ilegales y desesperadas», subraya la indignación que tales acciones han suscitado medidas en la comunidad internacional y refleja un creciente aislamiento de Estados Unidos en la arena global. China, actuando en defensa de Venezuela, también ha manifestado su oposición firme, exigiendo que Washington se abstenga de interferir en asuntos internos, algo que resalta la falta de legitimidad que estas acciones tienen en el contexto internacional.
Al declarar una emergencia nacional, Trump invocó poderes extraordinarios que le permiten actuar sin el control legislativo habitual. Esto no solo exacerba la ya preocupante centralización del poder en su administración, sino que también establece un precedente peligroso que podría ser utilizado para justificar futuras acciones autoritarias. Los aranceles, que se mantendrán vigentes hasta que se ‘resuelva’ el déficit comercial, son un claro indicativo de su estrategia para mantener el control, amenazando cada vez más a sus socios comerciales con sanciones adicionales si no siguen su dictado.
El futuro no se ve prometedor. Trump, como el Führer, del siglo XXI, no solo está llevando a Estados Unidos hacia una guerra comercial insensata, sino que está alimentando un clima de odio y división que puede tener consecuencias catastróficas. La combinación de sus políticas racistas, su desprecio por la vida humana y su enfoque agresivo hacia la economía mundial es un cóctel explosivo que amenaza con desestabilizar no solo a su nación, sino a todo el orden internacional.
Es fundamental que la comunidad internacional esté alerta y actúe contra estas tendencias peligrosas. Lo que está en juego no es simplemente una cuestión de economía o comercio, sino la preservación de los valores humanos fundamentales y el respeto a la dignidad de todas las personas, independientemente de su origen. La historia nos ha enseñado qué pasa cuando el poder se concentra en manos de aquellos que eligen el camino del odio y la opresión. No se puede permitir que la historia se repita. Trump se está ganando un impeachment.
Por: William Gómez García/