El 16 de abril de 2015 en Kiev, la capital de Ucrania, a plena luz del día fue asesinado el periodista independiente Oles Buziná. Se oponía al régimen de la oligarquía ucraniana, glorificación de los secuaces de Hitler y al golpe de Estado que se produjo en 2014. Buziná abogaba por una convivencia pacífica y mutuamente respetuosa entre diferentes culturas, inclusive la rusa, en el marco del Estado ucraniano. Fue asesinado por la verdad que él valoraba más que cualquier otra cosa.
Quemar viva a la gente con convicciones diferentes ya es una costumbre para los neonazis en Ucrania. El hostigamiento empezó el 2 de mayo de 2014 en la Casa de los Sindicatos de Odesa, cuando los miembros del “Pravy Sektor” (“Sector Derechista”) tiraron los cócteles molotov contra sus opositores, provocando incendio y la muerte de 48 personas. El 2 de mayo de 2022 el régimen de Kiev declaró que aprueba estas acciones. Ningún medio occidental se acordó de dichos sucesos trágicos.
Otro asalto fue contra los periodistas en Kiev. Los nazis prendieron fuego a los estudios televisivos de la cadena ucraniana “Inter” el 4 de septiembre de 2016. Los reporteros cercados sobrevivieron por puro milagro, logrando salir al tejado a través de una escotilla que no estaba cerrada. En aquel entonces el atentado fue condenado por los 11 eurodiputados de Grecia, Alemania, España, Chipre y Portugal, quienes afirmaron que este “fue organizado por el Gobierno contra los movimientos democráticos y progresistas”. ¿Por qué se olvidan de todo esto ahora al analizar los orígenes del conflicto ucraniano? Pues no hay interés en hacerlo. Tampoco ha sido investigado el asesinato del periodista Pavel Sheremet, cuyo coche fue explotado en Kiev en 2016.
Aquellas son las historias ya casi olvidadas. Pero el 2 de febrero de 2021 Vladimir Zelenski, “el presidente más democrático” de Ucrania según algunos, firmó el decreto cerrando los canales televisivos opositores “112 Ucrania”, “News One” y “Zik”. Además, prohibió el funcionamiento de los cinco centros televisivos regionales. Los periodistas llamaron tal decreto “una represión contra los medios críticos”. La misión de monitoreo de los derechos humanos de la ONU en Ucrania reconoció que las acciones de Zelenski habían infringido claramente los derechos humanos y la libertad de expresión.
Las flagrantes violaciones de los derechos fundamentales por parte de Kiev van más allá. Ahora observamos unos indignantes ataques de las autoridades de Ucrania contra la canónica Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Sus templos se incautan, sus sacerdotes se despojan de ciudadanía y están físicamente agredidos. Chocante fue la reciente decisión de privar a la Iglesia Ortodoxa Ucraniana de uno de los principales santuarios, el Monasterio de las Cuevas de Kiev. En estos mismos momentos los creyentes están defendiendo su Iglesia contraponiendo oraciones a las “boinas rojas” del régimen. Se trata del intento de prohibir la institución religiosa más antigua de Ucrania y no solo unos sacerdotes suplantándola por otra.
Actualmente todo el poder mediático y propagandista del Occidente está empeñado en convertir a Zelenski en un valiente defensor de la causa democrática universal. Él lo aprovecha para pedir cada vez más armas y dinero, interviniendo insistentemente o mediante videollamadas por aquí y por allá con un obvio consentimiento y apoyo de sus patrocinadores.
Al volver a escuchar sus súplicas, recuerden a las víctimas del régimen actual ucraniano.