No hay oportunidad que no sea desaprovechada por la derecha neoliberal, que bajo la capa de sus socios transnacionales y élites de poder —que giran en torno a EEUU y la Unión Europea—, intentan por enésima vez defenestrar al Estado Plurinacional de Bolivia y a la Patria Grande. La intervención simbólica cristalizada en la reciente presencia de la general del Comando Sur de la Casa Blanca, Laura Richardson, en Latinoamérica, denota su nerviosismo por la pérdida de su hegemonía en la región y el mundo.
Esta violencia simbólica se irradia en sus vasallos dentro del territorio nacional, quienes envalentonados por su sombra continuamente tratan de desestabilizar el sistema político boliviano. Después del golpe de Estado de 2019, hoy vuelven al ataque aquellos grupos derrotados como el Conade, los comités cívicos y los sindicatos obsecuentes a las élites de poder con el único derrotero de defenestrar el gobierno del Movimiento Al Socialismo para vaciar las arcas del Estado, como lo hicieron durante las épocas neoliberales; garras amputadas en 2006 con la victoria del pueblo y los movimientos sociales, la que perduró por casi 14 años de bonanza en todos los ámbitos.
“El paradigma boliviano” fue interrumpido abruptamente en 2019, cuando no fueron respetados los derechos humanos ni la soberanía del Estado, ni mucho menos los poderes legítimamente constituidos, pues los mismos, fruto de la incapacidad y el interés monetario se convirtieron en negocios personales (Entel, Emapa, compra de gases lacrimógenos, respiradores con sobreprecio, etc.), los que fulminaron la economía y las finanzas estatales. Hoy, a más de dos años de aquel “error histórico”, sus secuelas van desportillando el sistema político-económico en una arena en donde los “resentidos” y faltos de ideología obsecuentes con cualquier dádiva espetan las estructuras estatales vulnerando la administración del presidente Luis Arce Catacora.
En el ámbito global, el declive del dólar estadounidense y la presencia debilitada de EEUU en el hegemón mundial nos demuestra que su presencia será derribada como el muro de Berlín, más aún cuando China en el plano económico comercial prácticamente se va convirtiendo en una potencia, un poder que no impone, que no amenaza, sino negocia, concilia y pacifica; así como lo hizo con Riad-Teherán, como haber puesto fin a la guerra en Yemen o su política de tolerancia con su territorio rebelde en Taiwán. Por otro lado, el poder bélico de la Casa Blanca ha pasado a segundo plano, posicionándose Rusia en su lugar, a tal fin el “oso” y el “dragón” no se enfrentan solos al imperio, sino que están acorazados por India y Brasil; economías que al día de hoy están latentes en el escenario internacional.
Con todo ello, se ha demostrado que los países que conforman Naciones Unidas ya no gravitan en torno a Washington y que se van cimentando los principios de la igualdad en el plano internacional, aquella que no existía antes de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto es que Bolivia, haciendo uso pleno de su autodeterminación y soberanía en el plano del derecho y las relaciones internacionales, quiere retomar los canales diplomáticos con la “potencia” debilitada de EEUU, lo que obedece a una acción común y corriente que le otorga la Carta de las Naciones Unidas para “Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos”. (Art 1.2)
En esa línea, la política internacional, en un mundo multipolar, debe estar basada en los intereses absolutos de sus ciudadanos, tal cual se cristalizó en proyectos de inversión acordados entre el Presidente boliviano y el venezolano, Nicolás Maduro, siendo esto una muestra más de que el Estado Plurinacional de Bolivia, en el marco de la diplomacia de los pueblos, puede entablar relaciones con Pionyang, Washington o Caracas.
Las recientes acciones del Gobierno en ejercicio en el ámbito de las relaciones diplomáticas son criticadas por todos los flancos, especialmente por la derecha, que aún sigue mascullando defenestrar a los movimientos sociales en el poder. De continuar esta escalada, sin duda retornará la derecha neoliberal, con la que el único perdedor será el pueblo profundo, que durante más de 500 años para el logro de su autodeterminación ha tenido que ofrendar la vida de millones de mártires; la última vez (2019) lo hizo con 37 personas (Sacaba y Senkata), asesinadas por el gobierno transitorio de Añez. En tal sentido, la unidad y las críticas constructivas dentro y fuera de la administración gubernamental deben ser los sostenes del Estado Plurinacional con miras a encarar las elecciones de 2025, sin dejar ningún espacio a la felonía trasuntada en las logias neoliberales, que tienen las garras afiladas para bajar de un plumazo en cualquier momento al gobierno del pueblo.