El militar y filósofo prusiano Carl Von Clausewitz pensó en la guerra como un fenómeno esencialmente político, por cuanto las relaciones de poder constituyen el asunto central en los conflictos bélicos.
Marx, por su parte, explica que este fenómeno es un mecanismo que ordena, a través de la violencia, a un mundo visto desde una lógica burguesa, lo que explica por qué la guerra ha sido, como la lucha de clase, una constante en la historia de la humanidad.
En el escenario actual, donde se ha comenzado a hablar sobre la Tercera Guerra Mundial, se constata cada día lo alertado por el filósofo ruso Alexander Duguin: “Que se llegue al uso de armas nucleares es una cuestión abierta. La probabilidad de un Armagedón nuclear crece día a día”. No obstante, la guerra en este tiempo está concebida más allá del poder de fuego, por lo que la advertencia de Duguin nos retrata solo la cúspide de una montaña de horror que se ha comenzado a manifestar desde hace tiempo a través de formatos como las guerras comerciales, económicas y cognitivas, que suman dolor y muerte de una manera silenciosa.
Para Zygmunt Bauman, las guerras de este nuevo tiempo emergen como resultado directo de políticas económicas, en un sistema neoliberal donde se promueven y privilegian a las corporaciones por sobre los intereses de los Estados. Así dichas estructuras económicas influyen de manera directa en la promoción de guerras para controlar países con recursos o posiciones estratégicas para el mercado. Lo hemos visto con magnates, que a su vez son parte del círculo familiar y amistoso de los líderes del G7 y la OTAN.
Israel por ejemplo se ha mostrado al mundo como una potencia armamentista y parte de su economía depende de la venta de armas al mundo. Este país ocupa el número 17 en poder militar, de acuerdo con Global Firepower (GFP) y gracias al servicio militar obligatorio dispone de 3.798.000 soldados, un 42% de su población total. Es, como sus aliados más poderosos, un Estado guerrerista y eso, en la última escalada de violencia, le ha costado más 45.000 muertos al pueblo palestino. De esta manera constatamos cómo el imperialismo asume las tácticas del fascismo a fin de imponer el terror y perseverar en un sistema de control global, que se ha agotado tanto desde el punto de vista económico como político.
La prepotencia, la vocación sanguinaria y el papel de Israel en la estrategia para sostener el status quo imperialista y capitalista ha propiciado la inestabilidad de Medio Oriente. La guerra, más allá de sus explicaciones filosóficas, ya se ha impuesto. El ataque de Irán en respuesta al asesinato de Hasán Nasralá, y a la invasión del Líbano constituye un precedente que servirá para todos los sectores como justificación para radicalizar sus posiciones. ¡Y es que no fue cualquier golpe! Los más de 200 proyectiles disparados no sólo constituyeron una demostración de fuerza material, sino que en el plano de lo simbólico destruyeron el mito de que Israel es impenetrable.
Según un comunicado de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (CGRI), a pesar de que las zonas atacadas estaban protegidas por un sofisticado y complejo sistema de defensa antiaérea de la más alta tecnología, el 90% de los misiles alcanzaron con éxito los objetivos: instalaciones militares, entre las que se incluyen las tres principales bases aéreas israelíes. La operación militar, bautizada como La Verdadera Promesa 2, garantizó que los proyectiles de fabricación persa impactaran también a los centros vinculados en la organización de los asesinatos del líder del movimiento palestino Hamás, Ismail Haniya; el líder del grupo chiita libanés Hezbolá, Hassan Nasrallah; y otros comandantes militares de Hezbolá y de la Resistencia Islámica de Palestina.
“Una sociedad en descomposición, si es alimentada por recursos financieros y militares del exterior, puede encontrar en la guerra un nuevo tipo de equilibrio, incluso un horizonte, una esperanza”, Emmanuel Todd dijo esto refiriéndose a Ucrania, no obstante, parece ser la premisa del imperialismo al promover las guerras proxy en todo el mundo. Tratan de vender una esperanza de salvación a través de la destrucción de todo principio moral relacionado con la humanidad, haciendo al mundo un carnaval de sangre, un genocidio continuado. Quizá la imagen que mejor retrate la tensión que vive el mundo hoy gracias al imperialismo resulta ser la del pintor ruso Nikolai Pavlovich Eryshev en su obra de corte apocalíptica llamada Carnaval (1984), donde se pueden ver despegando tres grandes cohetes, aparentemente nucleares, mientras las personas pasean en góndola y parecen estar celebrando un carnaval, con atuendos pintorescos. El horizonte se llena de humo, es definitivamente el fin del mundo, pero nadie mira hacia arriba, como si se tratara del título de la galardonada película de Adam McKay Don’t look up.
Otro cuadro de tema militar del mismo artista es Regreso (1988). La trama es típica: el regreso de los soldados victoriosos a casa. Pero, contrariamente a lo esperado, en los rostros de quienes los saludan hay confusión y las caras de los soldados hablan del infierno del que regresaron. Esta imagen nos hace reflexionar que, a pesar de la victoria, de ninguna guerra regresamos con la misma humanidad, toda la sangre derramada mancha el futuro y deja la atmósfera de un cementerio en el alma de los pueblos, incluso de quienes celebran.
Para Kant, las guerras son un principio o una regla histórica que la humanidad inevitablemente repetirá, como una fatalidad, hasta que ocurra un giro ontológico que nos permita reconocernos como iguales y no como enemigos. En tal sentido, mis votos son por la victoria de la humanidad, y como el giro ontológico aún no lo logramos, reconozco como enemigo de la humanidad al imperialismo y a sus aliados. Lo escribo aspirando a la paz, sabiendo que es la utopía más bombardeada de la historia.
Por: David Gómez Rodríguez