La nueva escalada del conflicto entre Hamás e Israel se explica por varios factores combinados.
El primero, de índole estructural, se vincula a la ausencia de una solución política soberana respecto a la población palestina, que se encuentra sojuzgada y dividida entre la Franja de Gaza —al sudoeste— y Cisjordania, al este. La Franja está cuasi sitiada y Cisjordania sufre una ocupación militar junto al robo permanente de sus territorios y reservas de agua por parte de colonos judíos supremacistas.
El segundo factor se relaciona con los movimientos geopolíticos del mundo árabe, que en forma progresiva dejan de lado la causa de la soberanía palestina, restringiendo la presión sobre Israel para contribuir a una solución política. Esta situación genera un creciente aislamiento de las dos representaciones políticas: tanto Hamás como la Autoridad Nacional Palestina vienen advirtiendo de esta situación, sobre todo luego de las conversaciones de tenor diplomático llevadas a cabo entre funcionarios de Arabia Saudita e Israel.
La iniciativa militar de Hamás pretende limitar esa convergencia y obligar a los gobiernos islámicos y árabes a alinearse de forma unívoca con el derecho a la autodeterminación y el establecimiento de un Estado de pleno derecho.
Hamás vs. Autoridad Nacional Palestina
El tercer elemento causal se inscribe en la competencia entre la Autoridad Nacional Palestina y Hamás. Estos últimos buscan, a través de acciones militares, obtener el liderazgo y constituirse en el único referente tanto de Gaza como de Cisjordania.
Según los Acuerdos de Oslo de 1993, Gaza se encuentra bajo la Autoridad Nacional Palestina, que se define como laica y progresista. Sin embargo, dicho territorio, limítrofe con el Mediterráneo, es controlado de facto por Hamás desde julio de 2007. Su líder es Ismail Haniya, quien expresa la convergencia entre política y religión, heredada de la tradición de los Hermanos Musulmanes.
Además de gobernar la Franja, Hamás pretende, con estas acciones, persuadir a la mayoría de los palestinos que tienen residencia en Cisjordania de que su proyecto militar es el único viable.
El cuarto antecedente está asociado en forma directa a la situación política de la actual coalición gubernamental israelí, liderada por Bibi Netanyahu. Dicha alianza agrupa Likud —partido del premier— con dos partidos de ultraderecha supremacista y otros minoritarios de cariz religiosa ortodoxa. Esa alianza logró alinear, a fines de 2022, a 62 parlamentarios de un total de 120, para instalar el gobierno más reaccionario de la corta historia israelí.
En su tercer periodo como Primer Ministro, después de haber ocupado el mismo cargo entre 1996 y 1999, y entre 2009 y 2021, Netanyahu buscó limitar las competencias de la Corte Suprema de Justicia mediante leyes que fueron aprobadas por su exigua mayoría.
Esa ofensiva, orientada a viabilizar un control total de la institucionalidad, originó una serie de manifestaciones, repetidas cada fin de semana, desde enero hasta la actualidad. Los cuestionamientos contra Netanyahu, expresados en las movilizaciones, buscaron impedir la imposición de legislaciones —promovidas por la alianza de la derecha y la ultraderecha— para limitar la autonomía de la justicia, restringir las libertades individuales y afianzar el modelo de apartheid propuesto por su coalición contra la población no judía.
Israel unificado por la seguridad nacional
Esa ruptura de consensos internos al interior de Israel fue leída por los activistas de Hamás como una ventana de oportunidades para proyectar las actuales iniciativas militares sobre las fuerzas militares y la población civil. Sin embargo, las acciones militares llevadas a cabo por Hamás volverán a unificar a la sociedad civil israelí detrás de la bandera fundacional de la seguridad nacional.
Israel cuenta con una población de casi 9, 5 millones de habitantes, de los cuales una cuarta parte son musulmanes. Palestina, por su parte, cuenta con 5 millones de habitantes, de los cuales 2 millones viven en la Franja. La situación bélica que sufren esos 15 millones de habitantes beneficia tanto a Netanyahu como a los sectores integristas islámicos.
Ambos actores políticos tienen algo en común: se niegan a cualquier solución política que permita el establecimiento de una Palestina soberana, conviviendo en paz junto a una Israel laica, multiétnica, ajena al supremacismo y a las políticas de apartheid que golpean prioritariamente a los árabes que viven dentro de sus fronteras y aquellos que sobreviven en los territorios ocupados.
En Israel, los analistas más lúcidos afirman que Bibi Netanyahu e Ismail Haniya son socios en la continuidad de la guerra. Se necesitan para que el statu quo de la muerte siga su derrotero de sangre y tumbas.