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Gastón Garriga

La cara oscura del mundo de Milei

Milei anunció su plan dolarizador, los medios lo repitieron hasta el hartazgo y los economistas de todo el arco político salieron a explicar que se trata de una chantada, de algo inviable o, en términos del propio Buenos Aires/12, “tan falso como un dólar celeste”

Como cada vez que Milei hace un anuncio catastrófico de una futura medida de su hipotético gobierno —libre portación de armas, tráfico de órganos o cierre de la educación pública—, comienzan las especulaciones sobre si perderá intención de voto y cuánta. Sin embargo, existe un gap entre dos formas discursivas, la simple y contundente de los anuncios del precandidato cercano a Eurnekian, y el discurso técnico o académico de quienes contraargumentan, lejano o inaccesible para las franjas de jóvenes de clase media, media baja y baja que, desencantadas con la política, piensan darle su voto.

La contraargumentación, para ser políticamente efectiva, debe darse en el mismo tono que la propuesta. En el paradigma actual, la tecnopolítica, las narrativas son efectivas o no, tienen efectos de verdad, no por su capacidad de resolver los problemas reales, sino por su capacidad de persuadir al otro, construir mayorías y acumular poder. En este caso, la cadena simbólica es “dólar= EEUU= solidez= estabilidad”. Cualquier intento de disputar ese sentido debe ser lo más breve, sencillo y visual posible.

Aquel apotegma, tan de moda durante los noventa y principios de este siglo —”es la economía, estúpido”—, ha dejado paso a otro, en este mundo de fragmentación de agendas, multiplicidad de pantallas y aislamiento social pospandémico, que tiene en el centro a las narrativas. Veamos.

Hay un país de América Latina que siguió ese camino: Ecuador, desde 1999. ¿No tiene inflación? Tiene la inflación de EEUU, que sube desde que comenzó la guerra. Pero tiene, desde que adoptó una moneda extranjera como propia, problemas mayores a la “solución” que obtuvo: una situación de crisis social permanente, que genera al menos un estallido de violencia al año, inestabilidad institucional, con gobiernos que a veces no llegan a término. ¿Por qué? Porque el Estado se ató las manos. No puede hacer nada, ni para redistribuir el ingreso ni para promover una determinada industria. Nada… ¿Se vive mejor en Ecuador que en Argentina? ¿Emigran argentinos hacia Ecuador? ¿Y ecuatorianos hacia Argentina?

A la vez, se trata de una decisión prácticamente irreversible. Una vez dolarizada la economía, no hay marcha atrás. Ni siquiera Rafael Correa pudo. Los programas y aplicaciones que usamos a diario en nuestras computadoras y teléfonos nos preguntan varias veces si estamos seguros de lo que estamos por hacer, por ejemplo, eliminar una carpeta o archivo. Deberíamos hacer lo mismo mientras estamos a tiempo.

El mundo se volvió multipolar de hecho. Rusia compite militarmente con EEUU y China lo supera a nivel tecnológico y económico. Adoptar el dólar implica atarse la suerte de Argentina a la de EEUU, justo cuando la superpotencia entra en su fase declinante y, a la vez, renunciar a cualquier cooperación, crédito o plan de desarrollo que pueda ofrecer China o los BRICS.

La dolarización implica el congelamiento de una determinada paridad cambiaria. De acuerdo con las cuentas realizadas por los economistas, con este nivel de reservas y de circulante, asumiendo que no ingresarán nuevos capitales al país, se podría dolarizar a razón de 10 mil pesos por dólar.

Esto es, congelar el salario mínimo en siete dólares y el salario promedio en 14 o 15, cuando el kilo de asado vale aproximadamente cinco dólares (2.000 pesos, en números redondos), el litro de leche entre 0,80 y 1 dólar (entre 300 y 400 pesos) y el litro de nafta premium medio dólar o 200 pesos. De esta manera, la capacidad de compra del salario mínimo quedaría fijada en 1,5 kilos de carne, hasta nueve litros de leche o 14 litros de nafta.

“Fijada” es la palabra clave. No se trataría de un esfuerzo en pos de un futuro venturoso de los que promete históricamente la derecha, como “estamos mal pero vamos bien” o “hay que pasar el invierno”, sino de una derrota definitiva de los sectores populares y medios argentinos. Con la economía dolarizada, el Estado no podrá aumentar sueldos ni jubilaciones. Ni siquiera podrá garantizar un piso.


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