Definitivamente, si hay una metáfora política que, a la luz de los hechos ya es imposible sostener, es la que diferenciaba a la dirigencia de Juntos por el Cambio entre un “centro derecha moderado” y otra derecha radicalizada.
Tal división ocupó por un largo tiempo un lugar destacado en los editoriales de reputados analistas políticos, con el propósito de confundir a la opinión pública y al electorado maquillando propuestas de derecha dirigidas a sectores democráticos y distantes de la política, reacios a posturas más conservadoras. Luego de la violenta represión desatada en Jujuy por orden del gobernador radical, Gerardo Morales, y del unánime apoyo de toda la dirigencia de JxC, ya nadie puede sostener aquello tan zarandeado de los matices al interior del PRO, ni de las diferencias entre Bullrich, Larreta, Lousteau, Carrió y Mauricio Macri. Los cinco de la foto infame reivindicando a Morales y a sus violencias contra el pueblo jujeño, zanjaron definitivamente el debate sobre las tonalidades de la derecha. Su homogeneidad a la hora de defender la represión y una reforma constitucional autoritaria, que elimina derechos democráticos, los ha mostrado tal y como son, sin contradicciones ideológicas ni programáticas. El debate colombófilo ha llegado a su fin, al igual que la metáfora que lo sostenía.
De Bullrich a Larreta, pasando por Lousteau, Pichetto y Santilli, el pleno dirigencial de JxC convalidó la represión como instrumento político para materializar lo que ellos llaman “el cambio contra el kirchnerismo”. Despreciaron deliberadamente los llamados de legisladores, gremialistas, políticos y de los trabajadores desde las calles, a cesar con la violencia y abrir canales de diálogo. No trepidaron en descalificar a los organismos internacionales. Tanto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dependiente de la Organización de Estados Iberoamericanos, el alto comisionado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, como organizaciones no gubernamentales, particularmente Amnistía Internacional y Human Rights, convocaron al cese de la violencia estatal contra los pueblos originarios, maestras y maestros, y sobre el signo regresivo de la reforma. El gobernador, ahora candidato a vicepresidente, transformó a Jujuy y su pueblo en un laboratorio de lo que harán a nivel nacional en caso de triunfo electoral: si hay que recortar derechos y reprimir para garantizar el saqueo de los recursos naturales, las balas, las leyes, los jueces y la violencia estatal serán puestas en práctica tal cual lo advirtieron. El “bueno” de Larreta fue más elocuente que nunca: “A Morales no le tiembla el pulso, es una persona de acción”. Con el fetiche del “kirchnerismo” colocado como enemigo a vencer, presentan como si fueran novedades las remanidas reformas antipopulares de ajuste y extranjerización económica. Lo hicieron cuando gobernó Macri, ahora lo volverían a hacer más rápido. En esta circunstancia concreta el “más rápido”, no debe leerse en términos de tiempo, sino de sometimiento por el uso de la violencia y el miedo.
Todo indica que la prédica ideológica del “moderno” fascista Javier Milei va germinando, pero los frutos no solo se acumulan en su canasto, sino en otros más amplios de las derechas. En esos espacios políticos culturales el debate se ha corrido hacia conceptos, símbolos y posturas más extremas. Las propuestas políticas de la oposición están inficionadas por el discurso de odio, extremando la polarización como forma de descalificar a otros y de eludir el auténtico debate de ideas. Las represiones que salieron a la luz pública intentan justificarse con argumentos y construcciones narrativas tan primitivas como falsas. A la salida de la dictadura y ya en la fase de reconstrucción democrática, la derecha necesitó camuflarse, mentir y moderarse discursivamente. En 2015 logró presentar un emergente, hijo de un empresario advenedizo y exitoso, enriquecido por sus negocios parasitando al Estado, que ganó la elección con aquello de la “Revolución de la Alegría”. Hoy se siente legitimada para mostrar su verdadero rostro. El deslizamiento de JxC hacia postulados de ultraderecha ha quedado cristalizado por el obligado experimento jujeño frente a la lucha de los pueblos originarios y docentes que conmovió al país.
Desde esa lógica de poder ahora se proponen arrastrar a la sociedad a su narrativa, que incorpora la justificación de su violencia contra los que perturban el “orden y la tranquilidad” en las calles. Subestiman la experiencia social-cultural de nuestro pueblo que vivió y fue víctima de la dictadura pensada por núcleos ideológicos y empresarios civiles, y que también experimentó el fracaso de los postulados de la derecha que terminaron en la catástrofe de 2001. Todo indica que tanto el PRO como los radicales y Milei están vendiendo la piel del oso antes de cazarla, como si se pudiera borrar la memoria social y política. Los años venideros no serán de felicidad, ni de repunte económico, ni de distribución, si vuelven a gobernar quienes han realizado la mayor transferencia de recursos que se tenga memoria desde los sectores medios y populares hacia los núcleos de privilegios, bajando salarios, endeudando al país, reduciendo el rol social del Estado, recortando derechos culturales y destruyendo a las pymes. El futuro estará dado en la aplicación de un modelo económico social y cultural que tenga la disposición política para extraer riqueza de los sectores económicos más favorecidos (los cuatro vivos que siempre ganan) asumiendo la inevitable conflictividad del caso. El propósito principal debe ser distribuir estos bienes que la naturaleza nos ofrece a manos llenas entre los millones de desfavorecidos: los núcleos humildes y las clases medias; y que defiendan nuestros fenomenales recursos naturales protegiendo a los pueblos y a la naturaleza que los circunda como así también su valor económico, y que continúe por el camino de generar nuevos derechos, sociales y culturales.
Como decía aquel filósofo del norte, el problema principal es la derecha, por lo tanto, no hay duda en qué lugar estaremos militando.