Las elecciones presidenciales de agosto se acercan y, con ellas, reaparecen viejas figuras que intentan reciclar su imagen para volver al poder. Samuel Doria Medina, empresario y exministro de Jaime Paz Zamora, es uno de esos personajes que hoy pretende venderse como opción para el país, cuando en realidad su historial está marcado por un oscuro pasado de negociados y tráfico de influencias. Su fortuna no es producto de una visión empresarial ejemplar, sino de la entrega de empresas estatales a precios ridículos cuando ocupaba un cargo público.
Durante su gestión en el Ministerio de Planeamiento, Bolivia fue testigo de un saqueo descarado disfrazado de modernización. Empresas estratégicas fueron vendidas a precios de liquidación, permitiendo que él y sus allegados se beneficiaran del desmantelamiento del aparato productivo estatal. Mientras el país perdía industrias valiosas, un reducido grupo de empresarios con conexiones políticas se enriquecía.
Las privatizaciones que lideró no fueron reformas estructurales, sino remates en los que el Estado fue el gran perdedor. Fábricas y activos estatales terminaron en manos privadas por montos irrisorios, sin ningún beneficio real para los bolivianos. El supuesto impulso a la economía nunca llegó, pero sí quedaron evidentes los intereses personales detrás de esas operaciones.
Uno de los casos más escandalosos fue la venta de industrias a precios que no reflejaban ni una fracción de su valor real. Doria Medina y su círculo cercano aprovecharon el acceso privilegiado a la información y las conexiones políticas para concretar negocios altamente rentables para ellos, pero desastrosos para el país. No fue una simple política de privatización, sino un proceso diseñado para favorecer a unos pocos.
Años después, el resultado de esas decisiones sigue pesando sobre la economía nacional. Las industrias que alguna vez generaban empleo y desarrollo fueron desmanteladas o vendidas nuevamente con fines de lucro privado. Mientras tanto, el exministro convirtió su fortuna en una plataforma política con la que hoy intenta convencer a los bolivianos de que merece una nueva oportunidad.
Su discurso actual pretende borrar su pasado, presentándolo como un empresario exitoso y un político con experiencia. Sin embargo, la verdadera pregunta que los bolivianos deben hacerse es: ¿quién se benefició realmente de sus decisiones cuando tenía poder? Su historial responde por sí solo.
El intento de Doria Medina de postularse nuevamente es una burla a la memoria histórica del país. Bolivia no puede permitirse olvidar cómo ciertos personajes han lucrado con el Estado para después pretender regresar como salvadores. Las elecciones no deben ser una oportunidad para que los mismos de siempre sigan exprimiendo al país.
Los bolivianos tienen la responsabilidad de no repetir los errores del pasado. Quienes ya demostraron su falta de ética en la gestión pública no pueden presentarse como alternativas para el futuro. La memoria es clave para evitar que la historia de saqueo y corrupción se repita.
Samuel Doria Medina ya tuvo su oportunidad en el poder, y el resultado fue nefasto para Bolivia. Ahora, su ambición lo lleva a intentar un regreso, pero los bolivianos no deben permitir que los mismos de siempre vuelvan a gobernar para su propio beneficio. El país necesita avanzar, no retroceder.
Por: Miguel Clares (Economista)