Este artículo nace en la cotidianidad de las calles paceñas, en sus calles siempre pasan cosas extraordinarias, otras veces no, sobre todo cuando a uno le falta el aliento por las subidas y bajadas alrededor de sus 3.600 metros sobre el nivel del mar, se escuchan los susurros de su tradición, de la mística que la rodea, la ciudad de la hoyada, que no es un hueco, sino una calidad humana que te abraza, es entonces que las almas de las personas construyen esa paceñidad, ese mito y esas leyendas.
Últimamente al recorrer sus calles se puede percibir la apertura de muchos negocios, confiterías, supermercados, restaurantes, etc., se respira la bonanza económica y se siente la dinamización de la economía de estos últimos años y es que la población paceña incrementó sus ingresos gracias a las políticas económicas de redistribución del Gobierno nacional.
Ese aumento de desarrollo ha hecho que la ciudad de La Paz sea una ciudad de comercio, pero lo malo es que con ello viene una contaminación auditiva en sus calles, el ruido y la bulla se intensifican cada vez más; por otro lado, el pecado de ser sede de gobierno, que genera manifestaciones, bloqueos, dinamitazos, gritos, y demás.
Lo jodido es que la gente lo ha naturalizado o se ha vuelto inmune, pues nadie se queja, es un tema preocupante porque daña la salud, aumenta el estrés y no existen medidas de mitigación del impacto al medioambiente y por supuesto la contaminación acústica.
La ausencia del gobierno municipal es notoria, se siente un alcalde perdido en la gestión pública y ha hecho que cada vez sea más ineficiente, la Dirección de Prevención y Control Ambiental brilla por su ausencia. Recientemente vimos los problemas en el barrio de Bajo Llojeta por inundaciones y una falta de prevención. Pero el caso concreto del que quiero hablar es el poco control que ejecutan en el mapa de contaminación acústica en la ciudad de La Paz.
Lastimosamente el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz está en decadencia y la Certificación Acústica que entrega se ha vuelto un negocio, porque no existe control de parte de los funcionarios, simplemente lo ven como un requisito indispensable para la tramitación de la Licencia de Funcionamiento, para su cobro. La Ordenanza Municipal 2262/1998 de sanciones por contravenciones y el Decreto Municipal 017/2014 para controlar el ruido y locales, salones y otras actividades de expendio de bebidas alcohólicas hoy en día se han convertido en otro mito urbano.
El otro día tomé un taxi, ya es natural que pongan a todo volumen su música de moda (cumbia y reguetón), se han convertido en una especie de discotecas ambulantes, los minibuses también entraron en esa dinámica. En la ciudad de El Alto para convocar pasajeros contratan voceadores que con el grito convocan a la gente (¡Ya sale! ¡Falta un asiento!). Por si no fuera poco, ahora pusieron megáfonos y cada chofer al hablar emite esos gritos afuera, la ciudad de La Paz está copiando esta dinámica.
En una ocasión le dije al maestrito que baje un poco su volumen porque los parlantes de atrás hasta movían el asiento, acongojado me bajé en la calle Potosí, esquina Socabaya y tuve que enfrentarme con dos parlantes gigantes, uno del Shopping Norte y otro de un restaurante llamado Silpichs. Lo curioso era que estaban frente a frente, como si fuera una competencia de quién llama más la atención con la mayor cantidad de ruido.
Sin embargo, no es sólo en el centro que uno se encuentra con estos escenarios, alguna vez escuché decir que la zona de Sopocachi es una ciudad dentro de la ciudad; y es verdad, históricamente era conocida como la parte parisina de la ciudad, de hacendados, de casas pintorescas, ahí está el montículo, sede de los enamorados, su atardecer inspirador, con pasajes y calles de poetas, músicos, librerías y artistas, hay un eslogan que dice “Sopocachi seguro” yo le pondría “Sopocachi romántico”.
Últimamente los comercios le quitaron esa romanticidad para darle un aire de modernidad grotesca. En la plaza Avaroa, siempre que pasaba, se escuchaba música de los 70, 80, 90 y era del famoso vendedor de CD o DVD instalado con su carrito, hoy opacado por la bulla inmensa de Mega Burguer, restaurante un poco más popular que el resto, que también tiene una persona con su megáfono gritando promociones. Pareciera que nos hubiéramos olvidado leer, y que si alguien no nos grita en el oído no entenderíamos las cosas; a una cuadra está el Supermercado Fidalga, exponiendo sus parlantes en plena calle. En los boliches y pubs uno ya no puede tener una conversación si no es a los gritos con lenguaje de señas. La música ambiente ya no existe, el volumen lo es todo, pero digamos que son boliches, lo mismo pasa en el Multicine, en la plaza de comidas, que decadente que está.
Nadie está consciente de que llegamos a los 80 decibeles (dB), diez puntos más de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece como parámetro. El aspecto psicológico de la contaminación por ruido puede perturbar enormemente el comportamiento de las personas, e incluso puede crear tensiones de muy alto nivel y también pueden causar pérdida de audición permanente. Esperemos tomar conciencia de ello y bajar el volumen, para el bien de los ciudadanos.
¡La Paz, silencio por favor!
Por: Sergio Salazar Aliaga (La Época)