Rasgo fundamental de la agresión que significan las llamadas sanciones que hoy se han impuesto en el mundo occidental, como el mecanismo de presión más importante contra gobiernos y naciones enteras, es probablemente el menos perceptible a primera vista, como lo es el poderío imperial que van construyendo progresivamente a medida que van habituando al mundo a una realidad de control ejercido por los grandes centros hegemónicos de dominación contra las naciones libres y soberanas del planeta. Como si dicho mecanismo fuese un medio legal y perfectamente legítimo.
Con el argumento de la supuesta defensa de los principios de la libertad y de la democracia, se atropellan sistemas de gobierno en el mundo entero con el sometimiento a normas impuestas por potencias sin ninguna atribución para ello. Violentando en toda su extensión el derecho internacional y la libre determinación de los pueblos, lo que en sí mismo constituye, hoy por hoy, la verdadera mayor afrenta contra la libertad y la democracia.
Ni tiene Estados Unidos atribuciones para aplicar en ninguna parte del mundo la legalidad que rige su desenvolvimiento interno, ni la tiene la Unión Europea más allá de los límites de las naciones que la integran. No las tienen porque no existen en el ordenamiento del derecho internacional tales atribuciones. Por eso las sanciones son de carácter eminentemente económico.
Porque en realidad esa supuesta preocupación por el correcto funcionamiento de las naciones no se trata de ninguna lucha ni por la libertad ni por la democracia, sino por el dinero. Es simplemente el capitalismo expresando de manera soterrada su inmoral naturaleza terrófaga, asaltante, salvaje y depredadora.
Cuando Estados Unidos y la vieja Europa sancionan a países más allá de los mares, en definitiva, lo que están haciendo es tratar de revitalizar el poderío imperial que obtuvieron saqueando continentes enteros, solo que esta vez no con la brutalidad de los barbudos piratas que usaron en el pasado, sino mediante el poder corporativo del capitalismo y, por supuesto, de los ejércitos que tienen a su disposición.
Efectivamente, a través de las sanciones se causa un severo daño a las economías de los países sancionados; se cercenan los derechos al libre comercio entre las naciones, induciendo de manera directa e inevitable la caída del ingreso, se incrementa artificialmente el riesgo país, lo que eleva sustancialmente el costo del crédito internacional, se inhiben las inversiones y los acuerdos comerciales por temor de las empresas a verse igualmente sancionadas, se contraen, pues, las economías de manera forzada.
Pero, lo más importante es que se somete al mundo entero, a todos los países, sancionados o no, a la realidad de un tiránico control extraterritorial por parte de potencias que lesionan e imposibilitan el ejercicio de la soberanía como derecho universal y no exclusivo de ellas.
La sanción no es pues, de ninguna manera, una medida en función de la democracia. Es solo un crimen escondido tras la mayor farsa en la historia de la humanidad.