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Roberto Chambi Calle

Latinoamérica en un mundo de guerra y multipolaridad

Desde 1948 (Pacto de Bogotá), los procesos de integración latinoamericana no han podido consolidar sus objetivos, siendo sus frutos pírricos al presente, ello en gran medida por la falta de voluntad y objetividad política de sus líderes, quienes mediante sus acciones pueden o no tener la legitimidad de su pueblo, así como pueden convertir el continente en sirviente de los que se creen amos, o en el eje articulador de la integración y la hermandad de los pueblos de cara al nuevo orden mundial.

El mundo sumido ahora en la trillada multipolaridad, la guerra y sus posibles escenarios en Kósovo, Moldavia o Taiwán, requieren de líderes (no actores o guionistas como Zelenski) que luchen por la paz y la convivencia pacífica entre los Estados. La sociedad mundial en su mayoría, países subdesarrollados y los del tercer mundo deben lidiar con los “cuatro caballos del apocalipsis”, de tal modo que logren dominar y equilibrar la globalización, la guerra, la cooperación y la integración frente a los deseos de las logias y élites de poder como el grupo Bilderberg o el G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), que creyendo tener la autoridad absoluta quieren moldear el mundo desde los mapas de sus billeteras.

En aras de ello, la integración latinoamericana se hace fundamental para contrarrestar o frenar la arremetida de las potencias que en estos momentos están ávidas de materias y recursos energéticos, no obstante que algunos como China o Rusia manifiestan que la multipolaridad no debe ser impositiva, avasalladora, sino justa y equilibrada; pero como es sabido en el plano de la RRII y la diplomacia, muchas veces las posturas son behavioristas y sinuosas, quedando las promesas en papeles.

La CAN, el Mercosur o la maltrecha Unasur en estas últimas décadas simplemente quedaron en los libros y las páginas web envueltas en un celofán de colores; pues estos procesos han sido víctimas de la mala gestión y voluntad de algunos gobernantes obsecuentes con EEUU y la Unión Europea, como lo fue en su momento la Colombia de Uribe, el Brasil de Bolsonaro, el Chile de Piñera o la Argentina de Macri, “líderes” que en vez de fortalecer la unidad latinoamericana han boicoteado la integración yuxtaponiendo y/o rezagando el trabajo de años en seudoprocesos neoliberales que obedecían los dictados de Washington, sus “consensos” y sus socios.

En ese contexto, las guerras y sus posibles escenarios también exigirán explícita o implícitamente la postura de los países latinos, y que más allá de las ideologías deberá primar la unidad y por sobre todo la hermandad de cara a los objetivos continentales.

Los recursos energéticos de la Patria Grande son muy bien conocidos, teniendo esta región uno de los mayores del planeta, lo cual sin duda marcará de manera contundente el tablero de juego del realpolitik; por lo tanto, el ojo y las garras de los imperios están puestos sobre estos.

Por ende, los liderazgos comprometidos con la soberanía como Luiz Inácio Lula da Silva, fuera de la hipocresía y la felonía de los enemigos de la integración —como el seudoizquierdista Boric o el ultraderechista Lacalle Pou—, deben guiar el desarrollo de Latinoamérica con equilibrio, igualdad y en beneficio de sus habitantes; quienes también tienen el rol fundamental de elegir a sus gobernantes y desechar a los obsecuentes y serviles como Lasso de Ecuador o Boluarte en Perú.

Por ello, la presencia de líderes con convicción marcará la agenda de los pueblos frente al capitalismo, las logias y las élites de poder, que aún inundados en sus riquezas y armas quieren seguir sometiendo a la sociedad internacional, siendo que esta arremetida con sus tanques y sus cazas F-16 deben ser contenidos y contestados con dignidad y valentía desde la hermandad latina, y si para tal efecto se tiene que usar la fuerza, la Patria Grande debe estar preparada para defender su petróleo, su agua, su litio, etc., pues está claro que en el mundo actual quien tiene supremacía militar siempre tratará de doblegar a los pueblos libres del mundo, aun existiendo tribunales, justicia y normas internacionales.


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