El retorno de Evo Morales a la vida política boliviana no solo es un desafío, sino una afrenta directa a la voluntad del pueblo. El exmandatario parece incapaz de comprender que “no” significa exactamente eso. No en español, no en inglés, non en francés, janiwa en aymara y así sucesivamente.
La negativa del pueblo a su regreso no solo ha sido expresada en las urnas el 21 de febrero de 2016, sino también en las calles y en la opinión pública. Morales, sin embargo, sigue ignorando esta realidad, insistiendo en perpetuarse en el poder a cualquier costo.
La ambición desmedida de Morales es el ejemplo más claro de cómo un político puede dañar irreparablemente los cimientos democráticos de un país. Su insistencia en permanecer en la política, pese al rechazo constante de la población, socava la confianza en las instituciones y pone en riesgo la estabilidad de Bolivia. Es como si Morales no pudiera aceptar que el país ha cambiado y que su momento ha pasado.
Los múltiples intentos de Morales por aferrarse al poder, a pesar del claro “no” del pueblo, han dejado cicatrices profundas en la política boliviana. Cada maniobra suya, cada intento de volver a las riendas del país no solo recuerda su obsesión por el control, sino también la fragilidad de los mecanismos democráticos ante políticos que no respetan las reglas. La democracia en Bolivia ha sufrido un embate brutal por parte de alguien que, en lugar de retirarse con tranquilidad, prefiere avivar las llamas de la discordia.
Las recientes amenazas de bloqueos por parte del evismo salvaje son una muestra más del desprecio hacia el bienestar de la población. Estos actos no solo paralizan al país, sino que golpean con fuerza la economía. Morales y sus lacayos afirman que los bloqueos son una respuesta a la situación de los combustibles, pero es precisamente el legado de su gobierno el que ha causado esta situación. ¿Acaso creen que cerrando caminos se solucionará dicho problema? Es un razonamiento absurdo que solo evidencia la ignorancia de un movimiento que parece empeñado en autodestruirse.
El evismo ha demostrado una y otra vez que sus acciones están motivadas por el deseo de sabotear al país. Los bloqueos, lejos de ser una forma legítima de protesta, se han convertido en un instrumento de chantaje político. Y mientras el pueblo sufre las consecuencias de estas acciones, Morales sigue en su afán de mantener su relevancia a través del caos y la inestabilidad.
Además, el exmandatario está rodeado de escándalos y acusaciones que han manchado gravemente su reputación. La malversación de fondos públicos y otros delitos han erosionado la confianza en su figura, que alguna vez fue vista como la esperanza para muchos bolivianos. Hoy, su nombre está vinculado al deterioro institucional y a una serie de fracasos que han dejado a Bolivia en una situación crítica en el ámbito político.
Las recientes acciones de Morales, que incluyen no solo abandonar al país en momentos de crisis, sino también promover el caos con bloqueos, han dejado una marca indeleble en la memoria colectiva. Estos actos son vistos como una traición al país, una traición que ha sumido a Bolivia en la incertidumbre y el caos político. Morales, en su ceguera, ha decidido poner su ambición personal por encima del bienestar del país.
Evo Morales debe entender que Bolivia ha dicho no y volverá a decir que no en diciembre de este año. No a su regreso, no a su estilo autoritario y no a sus intentos de perpetuar la división en el país. La ambición desmedida ha cegado al exmandatario, quien sigue negándose a aceptar la realidad: Bolivia no lo quiere de vuelta. La historia no será amable con quienes, en su afán de poder, destruyen lo que tanto costó construir.
Escrito por Miguel Clares.