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El archivo musical de Sacaca: un sorprendente corpus documental

Un hallazgo significativo en el municipio de Sacaca, recientemente descubierto, aporta de manera valiosa a la historia musical de Bolivia. Este descubrimiento, que se suma a otros archivos importantes, destaca por su rica colección de partituras que abarcan tanto la música eclesiástica como la laica.

Los archivos musicales en Bolivia se fortalecen con este hallazgo que abre las puertas a conocer y comprender un capítulo desconocido de la historia musical boliviana. En efecto, a los archivos rescatados por Hans Roth en las Misiones Jesuíticas de Chiquitos (Músicas de vísperas en las Reducciones de Chiquitos, 1994), el Archivo Misional de Moxos, recuperado por Piotr Nawrot (Catálogo del Archivo Misional de Moxos, 3. V., 2004), y el Archivo Musical del Pueblo Mosetén, descubierto por Eduardo Fernández Gómez (Hallazgo y contextualización preliminar de una Archivo Musical Mosetén, 2010), por demás sorprendentes, se suma el Archivo Musical de Sacaca, que motiva estas líneas.

Sacaca en la historia

El municipio de Sacaca es la capital de la provincia Alonso de Ibáñez, ubicada en el norte de Potosí. Tiene una población de 19.725 habitantes, de origen quechua y aymara. Fue la capital de la confederación Charcas Qhara-Qhara en época preincaica. Es la sede de la obra misional Claretiana (procedente de Euskal Herria, país vasco), que restauró la iglesia del pueblo, la misma data más de 400 años. El sacaqueño Alonso Ayaviri protagonizó una rebelión contra los españoles. Los indígenas practican el sincretismo religioso, participan en el tinku y el toro tinku y veneran a San Isidro Labrador, cuya figura posa con el arado y sus dos bueyes.

La investigación permite pergeñar una línea del tiempo que se extiende hasta la época prehispánica, en la que Sacaca es habitada por pobladores aymaras que fueron conquistados por el Inca Cápac Yupanqui e Inca Roca, que identifican a Sacaca “como una provincia cercana a Chuquisaca”. La rica región es conquistada por las huestes de Francisco Pizarro, quien establece la encomienda o repartimiento de Luis Ribera (1548), con una población de “2200 indios y 120 indios de mita”.  Más tarde forma parte de la conquista espiritual, como capilla musical estable y posteriormente como Parroquia de la arquidiócesis de La Plata”. A su interior se desarrolló la Cofradía al Santísimo Sacramento desde 1630. La importancia de Sacaca se debía a su singular posición geográfica, pues su área de influencia “queda en el camino obligado que conecta La Plata con los fértiles valles de Cochabamba y de esta manera también con La Paz”.

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Sacaca alcanza un auge notable “a través de los siglos XVI y XVII fue prosperando hasta las últimas décadas del siglo XVIII, marcadas por convulsiones y levantamientos indígenas”, al extremo que es saqueada en 1782 y 1812, esta última acción protagonizada por las tropas de Goyeneche, “que llega a La Plata y comienza un ataque arrasando poblaciones sublevadas hacia Cochabamba. Sacaca, tras la batalla de los altos de Cotajahua, es arrasada, saqueada e incendiada” por órdenes de este personaje siniestro en las postrimerías de la época colonial. 

El Archivo de la Capilla Musical de Sacaca (norte de Potosí)

La historia de la capilla musical de Sacaca es sencillamente fascinante, por el hecho singular de haber acopiado una notable colección de partituras musicales tanto eclesiásticas como laicas.

En 1706, el visitador Fernando Ignacio de Arango y Queipó fue el primero en revisar los libros de fábrica, donde encontró muchas alhajas “anotadas en los libros de cuentas y no en los inventarios”, imponiéndose la tarea de levantar uno.

A partir de los inventarios, el archivo musical documenta la (casi fantástica) historia de la Capilla Musical de Sacaca. En efecto, el archivo musical es rico en información pues identifica a los músicos de la capilla, entre ellos el maestro de capilla Juan de la Cruz y Fernando de Obando, y el organista Juan Antonio Chambi (indígena). El archivo es generoso y muestra la conformación de la capilla musical (1744), integrada por maestros de capilla (Josef Mesa), organistas, arpistas (Miguel Padilla y Pascual Ballesteros), indios tocadores de cajas o chirimías, cantores indios (Andrés Josef y Melchor Ramírez), y cantores tiples (Miguel Medrano y Aleso, hijo de Josef que asciende a organista en 1752). Por sus registros se conoce el sueldo del maestro de coro, a la razón de 150 pesos anuales; en tanto que los cantores indios “ellos eran excluidos del tributo indígena, como único pago a su trabajo de cantantes”, no así con los organistas indios, “ya que su cargo llevaba una gran responsabilidad que no le permitía cultivar su tierra”, por lo que exigían juicio mediante un pago en metálico.

Las oleadas modernizantes llegan en el siglo XVIII, con la italianización de la música sacra, que llega al Virreinato del Perú de la mano de Roque Ceruti (1716), lo que provoca cambios en la conformación de músicos y cantores, añadiéndose en 1768 un violinista en la capilla musical y el coro que es “completado por un sacristán mayor y cuatro sacristanes menores”, con un costo de 230 pesos de plata al año “para poder interpretar las nuevas corrientes de música sacra”. La investigación “devela que la preocupación de la parroquia no solo está centrada en el culto, sino también en el desarrollo espiritual y cultural de la población, como algo justo y necesario en bien de la población, como afirma el cura Montero, y “en la búsqueda de recuperar el renombre de la misma”, ensaya el autor.

El archivo ofrece una valiosa información sobre el calendario ritual festivo de Sacaca: fiesta del santísimo (luego Niñito San Salvador), 6 de agosto; San Luis (patrón del pueblo), 7 de agosto (desdoblado desde 1825, en 7 de agosto de los campesinos y 25 de agosto del pueblo), Candelaria, 2 de febrero, Ánimas benditas, noviembre o diciembre “precedida de un solemne Novenario con toda la tramoya de catafalcos, sonido o dobles de campana, quejidos, etc.”, Santa Rosa, 3 de febrero, San Roque (vice Patrón), 8 de agosto, Exaltación, 14 de septiembre.

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Los inventarios de 1706 y 1724 arrojan datos notables sobre los instrumentos y “papeles de música”, hecho singular desde todo punto de vista: 16 campanillas de bronce, arpa de pino, un violín, dos triángulos, un armazón con su órgano (con todas sus flautas, trompas, con dos fuelles entre madera u suela), nueve piezas de solfa (dos de misa, cuatro de salmos, una salve, entre ellas la misa a dúo, para dos violines, dos oboes, órgano y bajo, del maestro Pedro Ximénez Abrill y Tirado, reputado como “uno de los mejores compositores autodidactas de Bolivia”), 78 lienzos o cuadros (en 100 años desaparecieron 51 piezas), y alhajas. Entre los papeles de música no sacra se describe las marchas Soledad, Regular, Llasenovi, Sacaqueña y Pascual, las óperas El Sueño y El Tordo y el Valse de Alcalá.

La capilla solventaba gastos de mantenimiento del órgano de la iglesia, por 120 pesos, o la adquisición de partituras por 86 pesos, por lo que será calificada como “una capilla de tanto lujo” por la Comisión de Cuentas enviada desde Sucre en 1873, época en la que es administrada por el cura y vicario José María Montero que arroja una cuenta con cifras rojas, con 1.870 pesos de entrada y 3.711 pesos de salida, abonando el cura Montero, 1.841 pesos “que libremente condona a la iglesia”, es decir entrega esa suma de favor. La comisión se escandaliza y “no alcanza a comprender y penetrarse de las ventajas que a esta iglesia reporta el sostenimiento en ella una capilla de tanto lujo, consumiendo en ella toda su fábrica; tampoco se dan por válidos los 86 pesos gastados en varias composiciones de música que, según sus títulos, no son propias de la iglesia”, es decir la música no sacra, tales como las marchas, valses y óperas. La comisión concluye señalando que “invirtiéndose todo como se lleva expuesto en el pago de la música no tienen con qué contar ni aun para el lleno de sus necesidades ordinarias viéndose de consiguiente en la necesidad de mendigar que, si bien es atendida por ahora merced a su buen párroco, no tiene garantía de que será igualmente por otros”. Es evidente que el cura Montero amaba la música, le interesaba el arte.

Por: Luis Oporto Ordóñez (Magister scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas. Docente titular de la carrera de Historia de la UMSA) / Crónicas


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