De un páramo, dícese ahora que es la zona más rica, acomodada y jailona de El Alto. Pocos sospechan que gran parte fue construida con las propias manos de sus primeros habitantes venidos de las minas, dirigidos por experimentados exsindicalistas, sobrevivientes de incontables masacres.
La Paz, 17 de septiembre de 2023 (AEP).- En la década de los 60’ del siglo pasado, El Alto de La Paz era un páramo a 4 mil metros sobre el nivel del mar; ventoso en otoño y frío en invierno, con niebla densa por largas temporadas. A esa pampa infinita llegó desde las minas un conjunto de familias que en destartalados camiones traían sus escasas pertenencias. Aún tristes por el desarraigo de los campamentos en los que habitaron al menos cuatro generaciones, incluida la suya, eran afortunados ellos que años antes se habían inscrito en la cooperativa que les dotaría de las viviendas a las que ahora arribaban como propietarios.
Impregnados de esperanza, imaginaban que sus casas soñadas estarían ubicadas en la hoyada misma, no muy lejos de la plaza Murillo. Quedaba en la memoria de los mayores que —por radio— desde el Palacio de Gobierno les llegaban los discursos del presidente de turno con parabienes por las fiestas religiosas, a veces con promesas y otras más con amenazas con las que pretendían doblegar su rebeldía.
Pero no, su barrio estaba más allá de los extramuros de la ciudad a tal punto que, desde la última parada de la línea de colectivos, debían atravesar a pie los dos kilómetros restantes para llegar o salir de su zona.
Las viviendas que por sorteo les tocaron en la esquina de la que sería la plaza principal o la Avenida Cívica, en la última calle o un estrecho pasaje, eran unidades básicas: tres dormitorios, sala, baño y cocina, sin muro exterior que delimitara la propiedad.
Los que debían ser patios familiares, al no estar separados físicamente por alguna barrera, eran uno solo de una que parecía ser una enorme familia. En ese espacio era frecuente ver a grupos de mujeres lavando la ropa por turnos, con el agua que les traía el camión cisterna los martes y viernes; también ahí los niños construían largos caminos para sus autitos de lata, y los padres se reunían para organizar el barrio, velar por la seguridad, supervisar los trámites de los servicios básicos y otras preocupaciones.
De a poco, se cavaron zanjas para el alcantarillado, el agua potable y llegaron inmensos postes de madera que, antes de ser el soporte del tendido eléctrico o receptores de tuberías, enriquecieron el repertorio de juegos infantiles al convertirse en escondites, ríos en época de lluvias, trincheras, casitas o sube y bajas. En ese improvisado parque de diversiones no eran raros los accidentes, cabezas rotas por caídas en las zanjas, dedos aprisionados entre los troncos, alguna fractura de brazos.
Cuando al atardecer se escuchaban los silbidos de los papás o los llamados de las mamás para el retorno a casa, desde las zanjas o detrás de los postes apilados aparecían niñas y niños sudorosos, cubiertos de polvo y con alguna ropa rota que cualquier despistado podría haberlos confundido con una comparsa carnavalera de zombis.
Fue también en ese tiempo que los hombres mayores de quince años solían salir en las madrugadas en camiones volqueta para traer desde la pampa piedra y arena que era depositada en el frontis de cada vivienda. Este material serviría para construir los cimientos de los muros, los frontis de las casas, empedrar calles y aceras, delimitar los parques y más.
Del que en los años 60’ era un páramo, dícese ahora que es la zona más rica, acomodada y jailona de El Alto. Pocos sospechan que gran parte de Ciudad Satélite fue construida con las propias manos de sus primeros habitantes venidos de las minas, dirigidos por experimentados exsindicalistas forjados en las luchas contra la rosca minera, sobrevivientes de incontables masacres, vencedores en la batalla final contra el ejército el 9 de abril de 1952, vanguardia aguerrida contra las dictaduras militares. En fin, hombres y mujeres que marcaron la historia de Bolivia en la segunda parte del siglo XX.
* Es parte de Títeres Elwaky y a veces escribe.