Su estructura tiene un parecido al inodoro de un retrete, donde podría posarse sin dificultades el gigantesco trasero de ese animal monstruoso y sentimental, que llegó primero a la literatura y después al celuloide del séptimo arte.
La Paz, 10 de septiembre de 2023 (AEP).- Estando de visita en la ciudad de Gijón, la costa del Principado de Asturias, no perdí la ocasión de ir a conocer, en compañía de mi amigo Baristo Lorenzo, la escultura de Eduardo Chillida, cuya majestuosa obra de hormigón, de 10 metros de alto y 500 toneladas de peso, está emplazada en el Cerro de Santa Catalina, cerca del barrio marinero de Cimadevilla.
Así fue como una tarde de julio de 2005, de cielo despejado y brisas cálidas, subimos por los senderos trazados en el césped hasta llegar a lo alto del Cerro de Santa Catalina, para contemplar la escultura Elogio del horizonte, del artista Eduardo Chillida, que se levanta en un montículo de cara al mar, como un cuerpo con los brazos abiertos que abarca el horizonte, y que los lugareños conocen también como “El váter de King Kong”, debido a que su estructura tiene un parecido al inodoro de un retrete, donde podría posarse sin dificultades el gigantesco trasero de ese animal monstruoso y sentimental, que llegó primero a la literatura y después al celuloide del séptimo arte.
Contemplarla en toda su dimensión escultórica, ya sea a la distancia o de cerca, da la sensación de que uno se encuentra en medio de un entorno surrealista, donde el Elogio del horizonte, integrado en el paisaje, se yergue como un monumento marmóreo entre la intensidad azul del Cantábrico y el inmenso azul del cielo, ocupando un considerable espacio en una verdosa colina que evoca los versos del poeta Pedro Garfias, quien, en uno de sus poemas, dice: “Asturias, verde de montes y negra de minerales”.
Mientras mi amigo Baristo Lorenzo, director de la editorial Ediciones del Norte, se ocupaba de captar imágenes costeras con su poderosa cámara fotográfica, yo no me cansaba de escuchar el rumor del mar cantábrico, cuyas mansas olas se golpeaban contra los acantilados y cuyas azulinas aguas se perdían en el lejano horizonte, en cuya línea horizontal se mecían algunas naves como balsas de totora.
El artista Eduardo Chillida, exjugador de fútbol y autor de magníficas obras tanto en hormigón como en hierro y acero, no sé en qué estaba pensando a la hora de crear esta majestuosa escultura, pero tengo la sospecha de que él no imaginó que su obra denominada Elogio del horizonte sería más conocida como “El váter de King Kong”; todo un elogio para una temible y peluda bestia de las ficticias selvas de Isla Calavera, que tenía el corazón del tamaño del cuerpo y la capacidad de enamorarse de la belleza de una mujer del tamaño de su mano; una relación imposible que podía advertirse desde un principio, como en las clásicas historias de amor donde el enamoramiento entre la Bella y la Bestia podía tener un desenlace feliz o fatal, como ocurre con King Kong en la película clásica de 1933, que inmortalizó a su director Merian C. Cooper, expiloto de guerra y creador de uno de los personajes más emblemáticos del cine de ficción y monstruos.
La escultura de considerables dimensiones es un abrazo entre la tierra y el mar, donde predomina el juego de volúmenes y formas abstractas, junto a las líneas horizontales, verticales y curvas; una sinfonía de hormigón que forma parte de la naturaleza y la historia artística de Gijón desde que se inauguró el 9 de junio de 1990, ante la presencia de artistas, vecinos y autoridades locales.
Esta escultura del vasco Eduardo Chillida, que llama la atención tanto de los nativos como de los turistas extranjeros, es una de esas obras de arte que debe visitarse alguna vez en la vida, para así saberse que uno estuvo en la ciudad marítima más poblada de Asturias, pues quien no haya subido al Cerro Santa Catalina ni haya visto “El váter de King Kong”, no puede ufanarse de haber estado en Gijón, la tierra de los astilleros, las garúas pasajeras, las cuencas de carbón, la buena sidra y las históricas luchas de los mineros acostumbrados a los “vahos del diablo”.
Breves datos del artista
Eduardo Chillida Juantegui (San Sebastián, 1924-2002) fue uno de los más importantes escultores españoles del siglo XX. Hijo de un militar y una ama de casa aficionada al canto. Estudió arquitectura en Madrid, aunque nunca culminó sus estudios, dedicándose a cultivar el arte del dibujo y la escultura desde 1947. En su adolescencia y juventud adquirió una buena reputación como portero de fútbol, llegando incluso a ser titular de la Real Sociedad, hasta que sufrió una infortunada lesión, que lo obligó a alejarse del deporte que más amó en su vida.
Tiempo después, buscando un ambiente creativo más propicio al que se vivía en la España franquista, se trasladó a París. Allí entabló amistad con el pintor Pablo Palazuelo y conoció de primera mano la obra de artistas como Pablo Picasso, Julio González y Constantin Brancusi.
Sin embargo, agotado y frustrado, abandonó la capital francesa para volver a su tierra natal en 1951. Se instaló en el País Vasco, donde comenzó a trabajar en la fragua de Manuel Illarramendi, quien le enseñó los seculares secretos del arte de la forja de los metales, así aprendió a realizar esculturas en hierro, con deslumbrante capacidad creativa y manual. Forjó piezas como Elogio del aire, Música callada, Rumor de límites y El peine del viento. Esta última fue trabajada, en sus distintas versiones, durante más de 15 años y es una de las obras más conocidas del artista.
En su búsqueda de nuevos materiales y soportes para crear más obras, a la luz de los grandes escultores de la Grecia clásica y el Renacimiento, realizó esculturas en madera y acero, uno de los materiales en los que trabajaba más a gusto, permitiéndole concretar varias de sus relevantes esculturas de los años ochenta y noventa. Expuso en galerías y museos de diversas ciudades de Europa y Estados Unidos.