Marcelo Fernández desentraña los misterios de la construcción de Tiwanaku usando tecnologías ancestrales y piedras. Revela cómo las técnicas ancestrales reflejan la conexión espiritual de los pueblos andinos con las montañas sagradas.
El complejo arqueológico de Tiwanaku, situado en Bolivia en el departamento de La Paz, cerca de la frontera con Perú, atrae cada año la atención de miles de turistas e investigadores. Ante tanta precisión milenaria, la pregunta obligada es: ¿cómo se hizo? El investigador boliviano Marcelo Fernández responde con las tecnologías ancestrales, basadas en piedra.
Según la cosmovisión de los pueblos ancestrales de los Andes, en Sudamérica, las montañas son deidades que ayudan al mantenimiento de la vida en la Tierra. De ellas brotan manantiales que se convierten en ríos, también tienen contacto con el cielo, por eso se genera hielo en sus cimas. En primavera, ese deshielo baja aguas a los campos de cultivo, a las comunidades donde viven las familias y los animales. Por ello merecen ofrendas y respeto de cientos de comunidades andinas.
Este y otros motivos convierten a cerros y montañas en sitios sagrados para los actuales pueblos Quechua y Aymara, como también lo fueron durante siglos para los imperios Inca y Tiwanakota, cuyos gobiernos dejaron sus marcas en esta tierra.
Más de 1.000 años atrás se levantó la ciudad de Tiwanaku, entonces a orillas del lago Titicaca, en el actual departamento de La Paz. Aún hoy perduran decenas de monolitos, estatuas, ruinas de templos y construcciones, que cada año son visitados por miles de turistas de Bolivia y del extranjero.
Durante las últimas décadas se discutió (y aún se discute) cómo fueron construidas las obras de Tiwanaku. Varios arqueólogos elaboraron teorías sobre los métodos de tallado para las gigantes piedras que llegan a sobrepasar las 10 toneladas, en el caso de algunos monolitos.
Desde ámbitos menos académicos se llegó a afirmar que seres de otro planeta crearon las formas y símbolos tan detallados, que por cientos de años se vienen deteriorando bajo las inclemencias del clima andino, que incluye épocas de frío, así como de sol devastador, tormentas, granizadas y vientos muy fuertes.
Desde 2016, el arqueólogo Marcelo Fernández trabaja para demostrar lo que sus colegas teorizaron en el último siglo, cortó una enorme piedra de un cerro distante a 20 kilómetros de Tiwanaku. La llevó hasta un galpón donde comenzó a tallarla con las herramientas vigentes más de 1.000 años atrás, también hechas de piedra.
Fernández contó cómo ideó esta obra, cómo la talló y qué hará ahora con ella, que está prácticamente concluida. Su obra se llama Uma Nina, palabras aymaras para designar al agua y al fuego, respectivamente. Los estadios que atravesó durante los últimos miles de años cada piedra que vemos.
Si para los pueblos andinos las montañas son deidades, los monolitos fueron (y son) creados con partes de dioses.
Fernández citó a su colega Juan Villanueva Criales, quien dijo: “Los monolitos no son representaciones de seres humanos o de chamanes. Él (Villanueva) menciona que son representaciones de las montañas, son monolitos-montaña en mi conceptualización”.
Y agregó: “En la cosmovisión andina, si estamos en una montaña, estamos en sus características materiales pétreas, donde se ve una representación de ese dios, de esa divinidad. Entonces, los monolitos son, en mi percepción, los apus, los que iban a la waka (sitio sagrado) de Tiwanaku y tenían relevancia en la política de su tiempo”.
La cantera de Uma Nina
Sputnik recorrió la comunidad de Arkata, en el municipio paceño de Guaqui, junto a Fernández y sus colaboradores en el proyecto Uma Nina. Allí está el cerro de donde salió el bloque de piedra arenisca que hoy es monolito. Posiblemente de allí también salieron varios monolitos y estatuas presentes hoy en Tiwanaku.
El arqueólogo explicó que antiguamente se usaban sogas hechas de paja, presente en toda esta región, las cuales tejían hasta que tuvieron 13 centímetros de diámetro. Decenas de personas hicieron fuerza para bajar el bloque de Arkata para transportarlo hasta el complejo arqueológico de Tiwanaku, donde hoy reposa.
En la zona de las ruinas de templos está el monolito Ponce, de tres metros de alto. Las autoridades del CIAAAT (Centro de Investigaciones Arqueológicas, Antropológicas y Administración de Tiwanaku) prevén hasta el año que viene trasladarlo a un salón cerrado, para evitar que la exposición al aire libre lo siga dañando. En su lugar sería emplazada la obra de Fernández.
El arqueólogo explicó que dos estudiantes de su equipo, Omar Flores e Ismael Quispe, tienen el plan de replicar la célebre Puerta del Sol, que próximamente será puesta a resguardo por los mismos motivos que el monolito Ponce.
La diferencia es que la Puerta del Sol está tallada en andesita, una roca ígnea emergida probablemente del volcán Khapia, del lado de Perú. A ese sitio se dirigirán Fernández y su equipo en las próximas semanas para avanzar en sus investigaciones. Por su composición, esta piedra es más dura que la arenisca.
Actualmente, el Titicaca está a 15 kilómetros de Tiwanaku. Pero varios investigadores evalúan que el lago más alto del mundo llegaba a la ciudad ancestral en el momento de su construcción. Según pruebas satelitales, existen rastros de canales que traían los pesados bloques transportados en balsas vegetales.
La extracción de un dios
Fernández señaló cuatro sectores de los cerros de Arkata de donde intentaron extraer bloques, con el permiso de la comunidad. Solamente lo lograron en el sitio donde extrajeron las 10 toneladas de Uma Nina.
Durante el recorrido con Sputnik, el arqueólogo y su equipo recopilaron la manera en que se efectuó el descenso de los bloques, más de 1.000 años atrás. Como muestra, seleccionaron una roca de 300 kilos, lo cual representaría apenas el 3% de la corporeidad del nuevo monolito. Para tener mayor adherencia al cerro, seis personas se descalzaron y administraron el movimiento de las sogas durante el descenso.
Cuando tuvo el bloque de 10 toneladas de Uma Nina en el CIAAAAT, Fernández se dedicó a tallarla al modo antiguo: con piedras más duras que sirvieron de percutores para dar forma a la arenisca. Al contrario de lo que parece su imponente figura, con mucho esfuerzo y trabajo es posible cavar los ancestrales símbolos en la piel de la roca.
Fernández contó que en ese proceso, de largas horas y días de tallado, formó un vínculo con la piedra, al punto de empatizar con su condición y comprender su filosofía de existencia. Alcanzar esta iluminación tuvo un costo para el cuerpo del arqueólogo.
Aún no es posible precisar cuántas personas fueron antiguamente necesarias para afrontar una obra de estas características. Pero definitivamente las largas noches y días que pasó tallando en las temperaturas bajo cero de la zona le dejaron secuelas a Fernández: dos vértebras desviadas y un tumor en la muñeca de la mano derecha, por los golpes que repercutieron en este brazo hasta su cuello, de tanto chocar piedra con piedra.
Hay equipo
Fernández, egresado de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés), se siente muy agradecido con el grupo de jóvenes que lo acompañan en este proyecto. No son solamente arqueólogos o estudiantes de esta carrera, sino que también tiene el apoyo de abogados.
Uno de los jóvenes arqueólogos que lo acompaña es Ismael Quispe (quien quiere tallar una nueva versión de la Puerta del Sol). Contó a Sputnik que se sumó al equipo en 2021. Se acercó porque “no creía que los monolitos de Tiwanaku habían sido tallados con otras piedras”.
Pero sumó sus manos a Uma Nina. “El segundo día logré sacar ángulos de 90 grados. Entonces me decidí a mantenerme en el proyecto y ayudar a Marcelo. Y de esa manera aprender o recuperar conocimientos de Tiwanaku, para así saber cómo se ha hecho”, contó.
Fernández, como buen arqueólogo, prefiere el trabajo de campo a la reclusión de las aulas.
“La teoría arqueológica se puede revisar en el gabinete. Pero siempre, bajo mi perspectiva, la parte práctica enseña más. Así no se activa solamente la parte visual, cognitiva del cerebro. También las manos he notado que tienen ojos. La percepción bajo el tacto. Uno empieza a sentir texturas, profundidades. Entonces mis manos se han convertido en mis ojos”, concluyó.
La Paz/AEP/Sputnik Mundo