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Miguel Lundin, el carnívoro más vegetariano de Bolivia

El escritor cruceño, nacido el 5 de mayo de 1983, ha cultivado desde su infancia un ferviente amor por las historias fantásticas, lo que ha enriquecido su imaginación a lo largo de los años. Además de ser autor de obras teatrales, poemas, cuentos y micronovelas, ha dado un paso más allá al inventar un género literario que desafía las convenciones de las novelas tradicionales, ofreciendo una perspectiva única y original en el panorama literario.

El cosmopolita Miguel Lundin Peredo, poeta, dramaturgo, cuentista y novelista, se convirtió en escritor porque la vida no le permitió ser guionista de cómics en la editorial DC. Tuvo muchos oficios o labores en su infancia y adolescencia, aprendió de esas obligaciones humanas a amar la inocencia de niños que no eran sus hijos y la lealtad de perros que no eran sus mascotas.

Mientras otros escritores quieren ganar el premio Nobel de literatura, él solo intenta ahorrar dinero para comprar una vaca porque su bebida favorita es la leche, al mejor estilo del perdonavidas León, El Profesional. Según una amiga sueca, él nunca disfrutó de la leche materna, pero está al acecho de una loba para escribir esas aventuras. Llora cada vez que deportan a una mujer soltera y ríe cuando observa a músicos amateurs decir que no hay dinero sin canciones plagiadas a Arjona con ritmos de ópera y tinku. He aquí esta sanguinaria conversación para el disfrute de nuestros lectores.

Carlos: ¿Cuándo empezó tu interés por la escritura?

Miguel: Mi interés despertó dentro mío, después de leer cómics que yo compraba en una revistería de un mercado de Santa Cruz de la Sierra. Siempre quise ser guionista de historietas. La primera novela que leí fue El exorcista, también leí Pulp fiction, esa novelita breve impresa en España.

Carlos: ¿Ah, Pulp es novela? No sabía...

Miguel: El termino pulp fiction se utiliza para libros publicados con papel barato, eran historias de ciencia ficción, western u horror.

Carlos: ¿A qué edad fue eso de leer cómic? ¿Cuáles leíste? ¿Puedes mencionar algunos? Algo así como tebeos.

Miguel: El primer cómic que leí fue una aventura de los espías Mortadelo y Filemón, después me volví adicto a las historietas de DC cómics con títulos como Suicide squad o Animal man.

Todavía no había descubierto la existencia de la literatura, fue en el colegio que me hicieron leer novelas como La niña de sus ojos o Socavones de angustia, leía cómics a los siete años de edad.

Carlos: Pero supongo que eso te proporcionaba tu papá o mamá. Y la lectura de esas novelas te ha debido chocar un poco. Seguro que te gustaban las ilustraciones.

Miguel: En realidad fue mi abuela materna la que una mañana me compró la primera revista de mi vida, esa historia de los espías que mencioné antes, tiempo después yo mismo me compraba las revistas con el dinero que lograba tener en mis manos. El primer cómic que me compré era una historia de un personaje llamado Turok, pues sí, has logrado entender lo que pasa cuando cambias de un formato de lectura interesante como son los tebeos a otra lectura diferente sin imágenes.

Carlos: Oh.

Miguel: Pero uno a veces se acostumbra a los cambios que te da la vida.

Por suerte para mí, me hice adicto a cualquier cosa escrita, leía de todo, desde manuales de balística hasta revistas como Cosmopolitan.

Carlos:  Ja, ja, ja, qué bueno.

Entonces tu abuela es la responsable de tus diabluras. A ella le gustaba eso y te contagió. Bendita sea. Te volviste un adicto a la lectura. Bien. ¿Y cuándo fue la primera vez que escribiste?

Miguel: La primera vez que escribí fue haciendo fan fiction, escribía historias protagonizadas por los personajes de los cómics que yo leía especialmente de Doom Patrol o Swanp Thing, en aquella época yo no sabía si lo que hacía era solo una manía infantil, todavía recuerdo que escribía una novela ambientada en Francia, que siempre digo que tengo que volver a escribir, cuando escribí esa historia tenía 13 años. Mi abuela era analfabeta, no sabía nada de libros, pero a pesar de eso era una mujer muy inteligente, tenía una gran fuerza de voluntad para cualquier clase de negocio honrado, siempre recuerdo que me decía que yo tenía que estudiar para no ser marginado por la sociedad.

Carlos: Y no te creo que te alegrara leer las novelas costumbristas, ja, ja, ja.

Miguel: La verdad en esa época prefería leer sobre las aventuras eróticas de la hija del Zar, en Rusia. Aunque, sinceramente, leer historias costumbristas o a favor del indigenismo me hizo recordar que a los bolivianos nos ven como dinosaurios que se salvaron de la extinción.

Carlos: Ja, ja, ja. ¿Y no te rebelaste con el profe de Literatura?

Le dijiste que leíste las historias de Rasputín y sus doncellas.

Miguel: La verdad es que aquellos tiempos una rebelión en el colegio se pagaba con el castigo físico. Me hubiera encantado decirle que los escritores rusos no tenían pudor, además que el libro erótico era las memorias de la princesa rusa Ana Karenina.

Quizás si el profe de Literatura hubiera sabido eso, no iría al cine porno a escondidas.

Carlos: Ja, ja, sí, cierto. ¿Pero tú, cómo sabias de esa literatura… también fue la abuela? (risas) No estaría mal escribir un cuento sobre esos profesores tiranos.

Miguel: En realidad esa literatura la conocí gracias a que leía los libros de la biblioteca de mi tía que estaba en su primer año de derecho en la universidad. Cuando ella no estaba en nuestra humilde casa, yo aprovechaba para leer, así que la culpa no es de mi abuela, y la verdad creo que ella no aceptaría esa idea en su mente, me refiero a mi abuela, porque había sido criada en una familia muy católica.

Carlos: Sí, gran parte de nuestra formación se la debemos a las bibliotecas. Una fortuna que hayas encontrado una con tu tía.

Por lo que podemos concluir que el profesor de ‘Lite’ no te guió en tu formación como escritor. Pero lo que no entiendo es por qué entonces no te volviste un guionista de cómic o tal vez pensabas que no sabías dibujar y eso era un obstáculo.

Miguel: Yo creo que lo has visto muy bien, como no sabía dibujar, no logré meterme al mundo de la historieta, además que los guionistas de tebeos también estudian en escuelas de artes en otros países donde los cómics se ven como una profesión. Y lamentablemente en Bolivia no hay cursos de esa categoría.

Carlos: Cierto. No como ahora que no es necesario escribir bien. Entonces solo hacías tipo novelas de aventuras. No había quien te guie en tu epopeya narrativa.

Miguel: Nadia fue mi líder en mi aprendizaje narrativo, gracias a una amiga llamada Blanca Elena Paz, que también es escritora, me di cuenta que tenía potencial como escritor.

Ella me guió a su manera.

Carlos: Sí, del grupo de Jorge Suárez.

¿Qué tan importante es para ti el éxito o fracaso de un futuro escritor si es guiado por un docente en colegio?

Miguel: La verdad es que el éxito es relativo, recuerda que muchos escritores son convertidos en autores de culto después de sus muertes. Lo importante es escribir, contar historias todo el tiempo.

Carlos: Pero con un profe que te haya dicho lee Ana Karenina, fíjate en esto o aquello… Lee este cómic. No importa que dibuje bien, te hubiera ido mejor o te hubieras ahorrado tiempo. ¿O me equivoco?

Miguel: En realidad el aprendizaje de escritor es un oficio solitario.

Hasta los grandes autores tienen errores ortográficos en las primeras versiones de sus novelas o libros de cuentos.

Carlos: Sí. Y ¿esas historias a qué edad escribiste? ¿Quisiste estudiar algo en la universidad que tuviera relación?

Miguel: Escribí esas historias en mi infancia. Sí, siempre quise estudiar algo así en la universidad. Tal vez por eso terminé aceptando mi vocación narrativa. Porque tenía imaginación, pero no talento para la ilustración.

Carlos: ¿Qué estudiaste en la universidad?

¿A qué edad escribiste una obra que se pueda decir que es de peso?

Miguel: Siempre he estado escribiendo desde mi infancia, uno veía el mundo con otros ojos en esa época dorada. No busco escribir obras de peso; eso es menos importante para mí. Tal vez la primera obra así puede ser mi cuento ambientado en la guerra civil española llamada El velorio de una guitarra sin cuerdas.


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