En esta ocasión vamos a destripar un poco no tanto la película como la novela La carretera (The Road), de Cormac McCarthy. Una visión apocalíptica o más bien postapocalíptica del mundo. Desoladora y amarga. Una letanía infinita de la extinción de la raza humana.
La Paz, 12 de noviembre de 2023 (AEP).- Si con la novela Soy leyenda el escritor Richard Matheson nos ofrecía un mundo lleno de gente contaminada por un virus lleno de mutantes o zombies donde todavía hay una esperanza de encontrar cura, con La carretera no hay esperanza posible, tal vez solo la muerte.
En esta ocasión vamos a destripar un poco no tanto la película como la novela La carretera (The Road), de Cormac McCarthy. Una visión apocalíptica o más bien postapocalíptica del mundo. Desoladora y amarga. Una letanía infinita de la extinción de la raza humana.
El lector descubrirá a través de sus páginas la peregrinación de un hombre y su hijo buscando la salvación. La carretera es el único ámbito geográfico tangible en esta epopeya de extinción. Una zozobra donde no hay una esperanza aparente. No se sabe a dónde ir. El escritor no revela quién puede tener la salvación o dónde hay un lugar esperanzador.
En la novela Soy leyenda, Robert Neville es un hombre inmune al letal virus y está buscando el antídoto. Vive tranquilo en su casa bien pertrechada. Digo tranquilo porque tiene la comodidad de tener un búnker. Y tiene las posibilidades de experimentar con pacientes y poseen un laboratorio; sin embargo, el hombre y su hijo están solos en la carretera a merced de cualquier peligro. No tienen medicamentos, ni alimentación, ni armas sofisticadas, ni el ejército, ni un perro, ni nada. Solo tienen por compañía a la muerte que los acecha, el hambre y el frío glaciar que, como afilado cuchillo, rasga sus vestiduras. Un perro enardecido que aúlla en la mortaja del mundo.
Pero cuentan con un arma invencible. El fuego de la esperanza. El fuego del amor que arde en su interior. Llevan el fuego que les salva del frío y que calienta sus comidas, pero el fuego que mantiene su condición de hombres sigue intacto. A partir de la página 45 el lector se entera de que el hombre y su hijo, que no tiene nombre, no solo enfrentan al hambre, el frío y la lucha con los elementos. También hay antropófagos, gente que no ha podido enfrentar los instintos. La templanza ante los deseos más primitivos. Un alma débil no puede enfrentar carencias. Se rinde a ellas como un adicto a las drogas, pero un alma superior, un ser que es imagen y semejanza de su creador, jamás. Y ellos tienen ese fuego. Este es su amigo. Y cada pasaje de la novela es una lección de sobrevivencia. Por eso en los diálogos del padre y su hijo, este le pregunta: “¿Todavía somos los buenos? Y nosotros nunca nos comeríamos a nadie, ¿verdad? No, aunque nos estuviéramos muriendo de hambre, porque nosotros somos los buenos. Sí, y llevamos el fuego”.
SOBREVIVIENTES
En la película Sobrevivientes de los Andes algunos de los pasajeros mueren porque rechazan comer la carne de los muertos. Sus escrúpulos estaban tan cimentados que les era imposible transgredir esa premisa natural. No te puedes comer a un humano. Y esa era la preocupación del niño. No quería convertirse en una bestia o un depredador en ese mundo sórdido de tierras baldías donde hay hordas salvajes.
Parafraseando a Cormac McCarthy, este dice donde los hombres no pueden vivir, a los dioses no les va mucho mejor. El personaje principal es un hombre que lleva el fuego, así como Prometeo. La tragedia de un héroe radica en que sabe que sus acciones lo conducirán a un castigo eterno, pero por su convicción asume su destino y enfrenta el reto. Prometeo está en la carretera con su hijo y no tiene otra salida que continuar su marcha y seguir siendo bueno. Su única misión es sobrevivir y mantener la estirpe de su raza a través de su hijo.
Si antes los escritores tenían una premonición sobre los derroteros del mundo como lo hizo Julio Verne (Viaje a la Luna), H. G. Wells (La guerra de los mundos), Asimov (Yo robot, el Hombre Bicentenario), Ray Bradbury (Fahrenheit 451, crónicas marcianas), Philip K. Dick, Arthur C. Clarke y otros, hoy Cormac McCarthy vaticina un futuro de apocalipsis. La viva visión de un páramo yerto, como en Crónicas marcianas. Ciudades en ruinas lúgubres y lóbregas.
Los personajes son unos robinsones en la costa. Saquean el buque en busca de provisiones.
Prometeo roba el fuego de los dioses para dárselo a los hombres. Ellos son unos semidioses. En El mito de Sísifo, Albert Camus nos dice que un poeta cuando se da cuenta de que su vida no va a ninguna parte, decide suicidarse. Eso es lo que hace la mujer del personaje. ¿Tiene sentido vivir en este mundo? Y su fantasma testarudo los roe todos los días. Asimismo, padecen el mito de Tántalo. El poeta peruano César Vallejo dice en Los dados eternos: “El dios es él”. El hombre es el dios.
El lector que está buscando una novela de acción se va a llevar una decepción. Como dije, recién en la página 45 la tensión crece, ya que aparecen los antropófagos. El escritor norteamericano es muy sutil, pues en ningún momento entra en detalles escabrosos, pero la tensión está en la atmósfera, en la extensa tierra baldía, hidrópica y fríamente secular. Un mundo de mortaja y cenizas. La novela posee carga emotiva más por los avatares del padre y su hijo sin nombres que puede ser la vida de cualquier hombre y sus avatares, a través de sus diálogos que nos comunican sus miedos y desazones. Y aunque el final era un tanto predecible, la tensión que establece el autor no lo es. La incertidumbre y la desazón crece a medida que uno se involucra con los personajes.
La carretera introduce el eterno dilema de ser hombres o dioses. ¿Somos acaso insectos en medio del universo? Arthur Clarke dice que cada estrella es el alma de un ser humano. Si es así, debemos seguir en esta carretera buscando esa estrella. La estrella de Prometeo.