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Un reino agreste

Una prosa rinde homenaje a las piedras, las grietas y las huellas de un territorio indomable, donde la belleza se halla en la aspereza y en la fidelidad a lo esencial.

Dame piedras, pero no piedras suntuosas, jades birmanos o lapislázuli de Afganistán, esas que ornaron la testa de sus majestades mongolas, tras que se rindieron a los placeres inservibles de China, dejando atrás los campamentos y la arena; dame esas piedras que son, simplemente, eso: piedras a las cuales debes amar con pasión para que te develen su belleza y su poesía, piedras que nadie quiere, yo ansío esas piedras, dámelas.

Dame grietas sin misericordia, tajos que alucinen mi ser, que me hagan sentir que desean arrastrarme a su sima, que buscan devorarme, amputarme las piernas, el corazón, la voluntad: sólo esas grietas, si las frecuentas, te conceden lo mismo y si persistes, el doble, y si no te rindes, ya sabes, por eso dame, dámelas, adoraré esos abismos, los acunaré dentro mío, los haré agigantarse en mi reino, sin corona, ni súbditos.

Dame las huellas, todas las huellas, de quienes trajinaron por ahí, por ese reino agreste: los pasos de los arrieros y los de sus valientes mulas y el sonido del cencerro de la madrina, los andares de los ovejeros y el ladrido de sus hoscos perros, las marcas fósiles de los caracoles, el aura que procura dicha de doña Simona, la memoria de Zenobio, dame la suma infinita de sus verdades para que pueda, en mi reino mágico y agreste, volverla una sola.

Dame esa verdad que nos arrebate y libere, la verdad que ilumine estos territorios indomados, que no ceden, ni cederán jamás a los abalorios y los caireles, que no son barrocos: son esencialmente lo contrario: el despojo, la desolación, el drama de una tierra.

Tan áspera y tan bella

En esa su aspereza que desafía teorías, que no comulga sino con sus propios dioses, que es más victoriosa que hostil, que no sabe de engaños ni de treguas, que altiva se alza exhibiendo al mundo su plenitud y su misterio.

Dame esa aspereza, sobre ella, construiré mi reino agreste, un reino de compañeros, con las piedras y las grietas y las verdades del destino que las acaricia y las fortalece.

De este lado del mundo, somos, simplemente, eso

Una piedra que canta

Un abismo que te ensueña y te enseña

Un reino agreste donde morar

Sin pesadumbres ni hastíos

Un reino agreste donde resistir

A lo que no se puede nombrar

Para no ensuciar este poema

Un reino agreste que es virtud

Amor por esa aspereza que funda

Y vivifica cada uno de tus días

Amor frente al desprecio

Amor contra el vacío insomne de estos días…

Dame ese reino, dame esas piedras, dame

La fuerza para amasar, día a día, el pan de la poesía

Agasajar al horizonte y alumbrar el destino

Dame ese reino agreste, dame su silencio y su gloria

Dame el sabor del viento de la puna en el rostro

Dame la serenidad de saberlo mío.

Por: Pablo Cingolani/


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