Arce y Peña, ambos economistas, se reunirán justo cuando 89 años atrás, el 14 de junio de 1935, luego de una sangrienta guerra de tres años y sacrificio humano y económico, Bolivia y Paraguay firmaron un tratado de paz.
La Paz, 12 de junio de 2024 (AEP).- Los presidentes de Bolivia, Luis Arce, y Paraguay, Santiago Peña, se reunirán en La Paz mañana jueves 13 de junio para conmemorar los 89 años del cese de hostilidades entre ambas naciones y fortalecer los vínculos bilaterales.
La viceministra de Comunicación, Gabriela Alcón, confirmó la llegada de Peña a la sede administrativa de Bolivia y adelantó que durante el encuentro se “firmarán acuerdos bilaterales de cooperación”.
Arce y Peña, ambos economistas, se reunirán justo cuando 89 años atrás, el 14 de junio de 1935, luego de una sangrienta guerra de tres años y sacrificio humano y económico, Bolivia y Paraguay firmaron un tratado de paz.
En agosto de 2023, el Jefe de Estado boliviano participó en el acto de posesión e investidura de su par paraguayo, en Asunción, y le expresó sus mejores deseos y abogó por la consolidación e integración regional.
Bolivia, informó el mandatario boliviano en ese entonces, apunta a concretar una agenda de trabajo y de integración comercial con el vecino país, para fortalecer los lazos de hermandad e integración.
Arce ponderó el mensaje inaugural del flamante mandatario y coincidió en que ambos países tienen muchos temas en común, como la integración caminera, comercial, energética, de lucha contra el contrabando y el narcotráfico, flujo migratorio y el cuidado del medioambiente.
14 de junio de 1935 en las trincheras
La madrugada del 14 de junio de 1935 amaneció diferente en los campos de batalla del Chaco Boreal. El silencio, un huésped esquivo durante tres interminables años, reinaba por fin en las trincheras que habían sido escenario de una de las contiendas más cruentas de Sudamérica en el siglo XX.
Dos días antes, el 12 de junio, representantes de Bolivia y Paraguay habían estampado sus firmas en un protocolo en Buenos Aires que sellaba el cese de las hostilidades en la Guerra del Chaco, un conflicto que había devorado miles de vidas humanas y ahondado las cicatrices de dos naciones hermanas.
Pero en los frentes de batalla la violencia persistía. Los cañones aún rugían, ensordecedores, arrancando las últimas vidas de aquellos que habían sobrevivido al infierno de las trincheras. Hombres agotados, consumidos por el calor abrasador y la sed interminable, continuaban combatiendo con la desesperación de quienes han olvidado el significado de la palabra “rendición”.
Hasta que, finalmente, el reloj marcó la hora suprema. El mediodía del 14 de junio presenció el cese definitivo de los enfrentamientos.
Los ecos de los últimos disparos se desvanecieron en la inmensidad del Chaco, dejando un silencio sepulcral, casi reverencial, como si la propia naturaleza rindiera tributo a los caídos.
En las trincheras, los soldados, otrora acérrimos enemigos, se miraron unos a otros con ojos vidriosos, incapaces de creer que la pesadilla había terminado. Algunos, los más afortunados, esbozaron sonrisas tímidas, atisbos de esperanza en medio del desolador paisaje de muerte que los rodeaba.
Otros, en cambio, permanecieron inmóviles, contemplando con expresión ausente los cadáveres de sus compañeros de armas, sumidos en la misma incredulidad que había paralizado sus corazones durante tanto tiempo. ¿Cómo celebrar el fin de una guerra que les había arrebatado tanto?
“Ya no oiremos más los cañones”
La Guerra del Chaco —que se libró entre el 9 de septiembre de 1932 y el 14 de junio de 1935— fue la más importante en Suramérica en el siglo XX. El cese de las hostilidades se acordó el 12 de junio de 1935 pero los combates entre bolivianos y paraguayos continuaron en el frente de batalla hasta el mediodía del 14 de junio.
La Noche describió las últimas horas de la guerra en una entrevista al coronel Bernardino Bilbao Rioja, a quien el Estado, cinco décadas después del conflicto, y tres de fallecido, le reconoció como Mariscal de Kilómetro 7.
Toda la noche, hasta el amanecer, han tronado todavía los cañones. Han muerto estéril e inútilmente muchos inocentes.
Los soldados querían que de una vez dieran las 12.00 de hoy, 14 de junio de 1935.
Y aquí, en Villamontes, esperamos que por los caminos del cielo lleguen los aviones que nos traerán la seguridad de la paz.
Mientras en todos los corazones hay júbilo y todos sonríen ya, plenos de esperanza.
Entrevisto al coronel Bernardino Bilbao Rioja. Lo hallo como siempre, frente a su mesa de trabajo. Al estruendo del cañón en este momento, ha reemplazado el tañer alegre de las campanas de San Francisco, llamando a misa.
—Tenemos paz, mi coronel.
— Así es.
—¿Qué recuerdos tiene de la campaña?
—Deje que en este momento olvidemos todas las amarguras de la campaña, todos sus sinsabores, para saborear mejor la alegría que nos trae la paz que tanto hemos anhelado.
Yo, por mi parte, puse en la guerra todo de lo que fui capaz e inspiré mis actos en los hombres preclaros que como Camacho, el general Pérez y Campero dieron a la patria su talento militar y su honradez de hombres de veras. Si no pude imitarlos en su genio militar, me esforcé en copiar virtudes.
—Pero, mi coronel, algún recuerdo, algo…
—Olvidemos todo. Hubo muchas cosas que dañaron a los hombres y que es necesario no recordarlas más para que así, la guerra, el sacrificio horrendo y enorme, no sea estéril. Que las cenizas que se calcinaron en las trincheras abonen las conciencias y la tierra para hacerlas más fecundas.
—¿Y sus propósitos para después?
—Descansar.
— ¿Nada más?
Y Bilbao, el defensor de Villamontes, no quiere hablar más.
En su mesa de trabajo una esquela de S.E el Presidente de la República, rinde a este valiente, a este honrado militar, el homenaje que merece, anunciándole que días antes del final de la contienda había sido nombrado jefe de Operaciones del Comando Superior.
Pero ya la guerra ha terminado.
Alto, dejemos de escribir, el Himno Nacional resuena en el patio del cuartel del sector. Están dando las 12.00.
Cómo estarán alegres los corazones.
Ya no oiremos más los cañones.
Villamontes, 14 de junio de 1935. La Noche, Escribe Saturnino Rodrigo.
Silencio en el Chaco: adiós a las armas
El 12 de junio de 1935, en la apacible Buenos Aires, lejos del fragor de la batalla, se firma un protocolo que marca el fin de una de las contiendas más cruentas de Sudamérica: la Guerra del Chaco. Bolivia y Paraguay, dos naciones hermanas unidas por la historia y divididas por la ambición de dos transnacionales, sellan un acuerdo que pone punto final a tres años de sangrientos enfrentamientos.
El Chaco, una tierra árida y hostil, había sido el escenario de una lucha encarnizada. Miles de soldados, de ambos lados de la frontera, habían ofrendado sus vidas en las trincheras, víctimas de una guerra que no solo buscaba territorios, sino también el orgullo nacional y la supremacía regional.
El protocolo de Buenos Aires, firmado en el Palacio San Martín, no solo significaba el cese de las hostilidades, sino también el inicio de un largo camino hacia la reconciliación. Las cicatrices de la guerra tardarían en sanar, pero la esperanza de un futuro pacífico comenzaba a brotar entre las ruinas.
Dos días después, el 14 de junio, un silencio sepulcral se apoderó del Chaco. Los cañones, que durante años habían escupido fuego y muerte, se apagaron. Los soldados, agotados y desmoralizados, se miraron con recelo, sin saber si creer en la paz que finalmente había llegado.
La Guerra del Chaco había cobrado la vida de miles de personas. Bolivianos y paraguayos, hermanos unidos por la sangre y separados por la guerra, habían sufrido pérdidas irreparables. Familias enteras habían sido diezmadas, dejando un vacío que jamás podría llenarse.
La paz, aunque frágil, era una oportunidad para reconstruir lo que la guerra había destruido. Un nuevo capítulo se abría en la historia de Bolivia y Paraguay, un capítulo marcado por la voluntad de construir un futuro mejor y en paz.