En 1826, constituida la República, el presidente Antonio José de Sucre mandó a levantar un censo para establecer cuánto había producido el Sumaj Orcko bajo el control español.
La Paz, 11 de junio de 2023 (AEP).- Diego Huallpa descubrió, una noche de 1545, los hilos de plata que dejaron las brasas humeantes de la fogata que encendió para combatir el frío en la montaña que el mundo conocería después como el Cerro Rico de Potosí.
Tan rico era que ese mismo año, luego de confirmar que las vetas se encontraban a flor de tierra, un grupo de españoles encabezados por el capitán Juan de Villarroel tomó posesión de la montaña y con ella el inmediato establecimiento de un poblado.
El capitán español tenía, como otros miles de soldados repartidos por América, la encomienda de la Corona para alcanzar El Dorado, aquel país que los conquistadores creyéndolo emporio de incalculables riquezas buscaron afanosamente.
De un puñado de soldados, la Villa de Potosí estaba tres años después con casi 5.000 personas y en condiciones de enviar a la Corona el primer gran cargamento del preciado mineral.
“Y por estas tierras olvidadas transitó en 1548 el primer cargamento de plata que vomitó el vientre del Sumaj Orcko. Una escolta de cien soldados españoles, mil indios arrieros y 2.000 llamas transportaron rumbo a Arequipa 7.771 barras de plata”, señalan las crónicas de la época que se atesoran en la Casa de Moneda de Potosí.
Luego de partir de la Villa Imperial, las fuerzas españolas debían remontar las crestas andinas por seis meses y transitar por la altiplanicie dominada por el Sajama para proteger el cargamento hasta llegar a Arequipa.
Desde el Virreinato de Lima se ordenó la instalación de un fuerte militar intermedio entre Potosí y Arequipa para el cuidado de los animales de carga y el abastecimiento de las tropas que tenían bajo su cuidado los cada vez más grandes y frecuentes embarques del preciado metal.
Curahuara de Carangas, en Oruro, fue el lugar elegido y allí se mandó construir una iglesia en el siglo XVI, conocida hoy como “la Capilla Sixtina del Altiplano” y que alberga los frescos más antiguos de Sudamérica.
1600
Dicen los cronistas que el descubrimiento del “Cerro de Plata” desató tal fiebre que hacia el año 1600, en las fiestas católicas, los vecinos sacaban las piedras de las calles para colocar lingotes de plata para que pasaran las procesiones.
La inmensa riqueza del Cerro Rico y la intensa explotación a la que lo sometieron los españoles hicieron que la ciudad creciera de manera asombrosa hasta alcanzar una población de 160.000 habitantes, por encima de Sevilla y mayor aún que París o Londres.
Su riqueza fue tan grande que en su obra Don Quijote de la Mancha Miguel de Cervantes acuñó el dicho español de “vale un Potosí”, que significa que vale una gran fortuna.
Los españoles que vivían en la ciudad disfrutaban de un lujo solo comparable a la realeza europea. A comienzos del siglo XVII Potosí ya contaba con 36 iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile.
Había salones de bailes, teatros y tablados para las fiestas que lucían lujosos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería. De los balcones de las casas colgaban damascos coloridos e hilos de oro y plata.
1776
Desde 1776 Potosí, como todo el Alto Perú, pasó a formar parte del Virreinato del Río de la Plata y el metal dejó de embarcarse a España por puertos peruanos y empezó a enviarse por el de Buenos Aires, a 55 días a caballo de distancia.
En plena guerra de independencia, en el Alto Perú la población en Potosí había descendido a tan sólo 8.000 habitantes.
1825
El Libertador Simón Bolívar y el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre llegaron a la ciudad entre arcos triunfales festivamente adornados y una multitud que los aclamaba.
Pisar la Villa Imperial, en la historia de los dos héroes de la independencia, significó un brillante final después de 16 años de guerra.
En la frígida ciudad, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, Bolívar y Sucre se “armaron de valor” y en parte a caballo o mula, y después a pie, pisaron la cúspide de la montaña que, después de 280 años de explotación, ya había perdido unos cien metros de su “magnífico cerro puntiagudo”.
Bolívar hizo enarbolar en la cima las pabellones de Colombia, el Perú y Venezuela y dijo estas fervientes palabras: “Venimos venciendo desde las costas del Atlántico y en 15 años de una lucha de gigantes hemos derrocado el edificio de la tiranía formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. En pie, sobre esta mole de plata que se llama Potosí, Cerro que brota plata, y cuyas venas riquísimas fueron 300 años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del universo”.
El edecán del Libertador, presente en el pico del Potosí, escribió que “evocando grandes recuerdos del pasado”, ausente ya el esplendor vibrante y fugaz de Potosí, la cima de la montaña “era el triste desamparo de aquel yermo destituido de todas las gracias de la naturaleza”.
1826
Constituida la República, el presidente Antonio José de Sucre mandó a levantar un censo al Ministerio de Hacienda para establecer cuánto había producido el Sumaj Orcko bajo el control español.
El despacho de Hacienda publicó su informe en el periódico El Cóndor de Bolivia y señaló que “en los últimos 244 años, de 1556 hasta 1800, las minas de esta República han producido la suma líquida de 164.790.117 pesos, lo que anualmente resulta como 6.754.000 pesos”.
“Y si esta inmensa cantidad producían las minas de Bolivia en una época de ignorancia y en la que se carecía de máquinas y de los conocimientos que en el día de hoy se han generalizado, qué sucederá en adelante”, agregaba el escueto reporte.
Patrimonio
El Cerro Rico fue explotado sin pausa y en 1987, para preservar su famosa estructura, fue declarado Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (Unesco). Tres años más tarde, en 1990, el Estado lo declaró como Monumento Nacional.
El vientre de la montaña está perforado por 619 bocaminas de las que 207 son inaccesibles.
Autoridades de la región minera intentan salvar la montaña aún rica en yacimientos de plata y zinc, y emblema del escudo nacional de Bolivia, de la sobreexplotación que no se ha detenido desde hace más de 400 años y que ha provocado la desaparición de poco más de 200 metros de su cima.
Durante la Colonia fueron extraídas del Cerro Rico dos mil millones de onzas de plata y hoy, de ese lugar, salen cuatro mil toneladas por día de concentrados de plomo, plata, zinc, antimonio y estaño de los cuales se extrae un 25% de riqueza mineral y el resto es basura.
Cerca de 2.000 mineros cooperativistas laboran en los socavones, muchos con taladros mecánicos pero otros perforan la roca a golpe de combo, como se hacía en la Colonia.
Cada peso de plata cuesta diez indios muertos
Durante la Colonia, el virrey Francisco de Toledo instauró la mita, un tributo que pagaban los indios: una vez cada siete años, durante cuatro meses, los varones de entre 18 y 50 años estaban obligados a trabajar en las minas, sin paga y sin ver la luz del sol.
De esa forma desapareció el 80 por ciento de la población masculina de las 16 provincias del Virreinato del Perú del que formó parte Potosí.
“Cada peso que se acuña en Potosí cuesta diez indios muertos en las cavernas de las minas”, escribió Fray Antonio de la Calancha en 1638.
A los mitayos se les forzaba a trabajar hasta 36 horas seguidas.
“Los desgraciados indígenas —dice el historiador Gabriel René Moreno— arrancados y arrastrados por la mita se despedían para siempre de sus ayllus, porque perecían en las minas o quedaban inutilizados en la violenta faena”.
Solo Potosí empleaba anualmente 80.000 mitayos. “De 5.000 que entraban a los socavones de Potosí, apenas salían 400 por término medio”, según René Moreno.