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Foto: Gustavo Ticona

Aymuray, el origen de la gran fiesta del encuentro del norte de Potosí

En medio de la paja brava, allá donde los rayos del sol castigan la piel, hacia el norte de Potosí, mujeres y hombres se encuentran para abrir una estela imaginaria con sus brazos, entonces nutren a la Pachamama con su sangre. Estas manifestaciones de violencia ritual se convierten en actos propiciatorios que buscan equilibrar el tiempo y espacio, con la esperanza de asegurar buenas cosechas.

El libro Tinku, gran fiesta del encuentro, escrito por el investigador autodidacta Tito Burgoa, desentraña los rituales que se tejen alrededor de la festividad y revela importantes datos que permiten conocer, a profundidad, el valor cultural de la celebración. El texto es producto de un largo trabajo de recolección de datos, entrevistas, simposios y consultas bibliográficas. El autor destinó 20 años de su vida para concretizar el proyecto.

En 1941, año en el que nació Burgoa, el país vivía en una inestabilidad política y económica convulsa, marcada por continuos golpes de Estado y una atmósfera de incertidumbre generalizada. Esto se debía, en parte, a la Segunda Guerra Mundial, que tenía a los países más poderosos del mundo disputándose el dominio global. En esos tiempos y contexto, la cultura no era una prioridad.

Al culminar ese periodo, que dejó secuelas innegables para el país y el mundo, un niño crecía en San Pedro de Macha con la lozanía, inocencia y candor típico en los seres que empiezan a vivir. Observaba con detenimiento el lugar donde crecía, todo lo que veía le parecía cuestionable, desde la formación de un risco hasta las creencias y costumbres de su familia, entorno y país.

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Fue durante esa temprana edad en la que ya identificó al tinku como una celebración digna de estudio. Ese afán lo perseguiría siempre, hasta que en 2002 decidió comenzar a profundizar su investigación, con el fin de desentrañar el misticismo que encierra la cultura en la vida de los pueblos originarios.

Antes que decidiera embarcarse en ese reto, en su condición de trabajador minero, propuso la creación de la Universidad Obrera, la misma se consolidó en 1985 bajo el nombre de Universidad Nacional Siglo XX; participó en la campaña de alfabetización de Radio Pío XII (1976-1969), en Siglo XX y Llallagua. Fundó la Asociación de Artesanías Nativas KurusaLlawe y contribuyó con la declaración de municipio a la entonces localidad de Macha.

El proceso de elaboración del libro no fue sencillo para el investigador y activista. Es la suma de trabajos que hizo a lo largo de su vida y que, por alguna razón, siempre le llevaba al tinku, a esa expresión cultural tan compleja a la que habitualmente conocemos desde afuera, desde el espectador, pero que desconocemos su esencia. Esa manifestación cultural se fundamenta en el legado ancestral que asumimos y heredamos de quienes nos antecedieron. Para revelar esos datos, organizó simposios nacionales y participó en numerosos eventos culturales. Redactó la Ley Nro. 237, que declara al ritual del tinku como Patrimonio Cultural e Inmaterial de Bolivia, promulgada en 2012.

De esa manera se propuso descifrar los misterios que encierran las tradiciones y costumbres, una tarea arriesgada, pero necesaria por el aporte investigativo al país. El libro es producto de un arduo trabajo de observación y análisis empírico in situ, de una de las fiestas más representativas y elogiadas del norte de Potosí, la Fiesta de la Cruz, que además se practica en otros departamentos de Bolivia, el noroeste de Cochabamba y parte de Chuquisaca.

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En el transcurso de la investigación descubre que son varios los nombres que se le da a la festividad, “Fiesta del 3 de mayo”, “Fiesta de la Santa Vera Cruz”. Sin embargo, el autor hace énfasis en la forma errónea en la que es concebida, quizá a manera de eslogan publicitario: “Tinku- Batalla ritual”, “Fiesta ritual del Tinku”, “Tinku-Violencia ritualizada”, “Tinku-Pelea ritualizada”, entre otros apelativos.

El libro se muestra a los lectores dentro de ese contexto, en ese espacio describe las características de la festividad. Con minucioso detalle cuenta las travesías del autor por aquellos lares, desde donde él es originario, San Pedro de Macha, Chayanta, Potosí.

“El contenido, aunque escrito por un aficionado, es un modesto aporte orientado a llenar el vacío informativo e interpretativo que se advierte en la actualidad de una de las fiestas más antiguas de las tierras andinas de América Indígena-Abya Yala, probablemente. Esta obra apunta a despertar un renovado interés, incitando a la reflexión y apertura al debate y diálogo permanente de los bolivianos, para la recuperación y revitalización de la memoria perdida de los pueblos sur andinos”, sostiene el autor en la nota introductoria a su libro.

El antropólogo Milton Eyzaguirre, quién escribió el prólogo del libro, resalta el valor del documento e indica que la investigación es esencial y primigenia para conocer el tinku como una parte del Aymuray, término quechua que nombra la festividad en sus orígenes y con múltiples significados culturales.

“La metodología empleada en este documento atesora los abordajes etnohistóricos de Ramiro Condarco Morales, que confrontan a los cronistas e investigadores con los datos etnográficos y permiten aproximarse con más ecuanimidad a este fenómeno social”, sostiene.

Lo que sigue a continuación son algunos datos interesantes sobre una de las celebraciones de la que se ha escrito tanto, y es que, a veces, tanto no significa lo necesario.

Fiesta que inspira

La festividad tiene raíces preincaicas, es la más antigua del mundo andino. Era practicada los primeros días de mayo, bajo la denominación de Aymuray, con el tiempo fue suplantada con la Fiesta de la Cruz (vocablo español), forzada por el clero, junto a la celebración de otras festividades en devoción a sus santos patrones, coincidentes con las actividades litúrgicas de Europa.

El libro menciona que numerosas investigaciones arqueológicas y etnohistóricas modernas ratificaron que antes de la llegada de los invasores a estas tierras los incas y sus antepasados rendían culto a la abundancia de sus cosechas, vinculando la presencia de la Cruz Andina de la Tawa Chackana (crucero en los ayllus del Norte de Potosí), cuando en esta temporada es más visible en el firmamento, figura que va junto a la vía láctea Qanaq pacha mayu, willka mayu (río celestial o de estrellas).

“En los hechos, estas peleas correctamente conocidas como maccanacu, saqmanacuy, takanakuy, auccanacuy o auccay, manejadas bajo el término erróneo del tinku, resultan ser un elemento complementario de esta gran fiesta”, resalta el autor.

La investigación propone un nuevo concepto de la palabra tinku, que anteriormente fue estudiada por antropólogos, arqueólogos y etnohistoriadores, quienes generalmente la vinculan y asemejan sus características a la guerra, como resultado de sus interpretaciones de las escenas de combate que se encuentran pintadas en la cerámica moche, telas chimúes y en las piedras talladas vinculadas con guerras de expansión territorial.

Burgoa observa con detenimiento ese aspecto y llega a la conclusión de que en realidad son manifestaciones de violencia equilibrada, en un tiempo y espacio rituales que tienen lugar entre comunidades estrechamente vinculadas entre sí, incluso del mismo ayllu y son vistos como actos propiciatorios de buena cosecha.

En el libro se hace una minuciosa descripción al territorio de Macha, antigua capital de la nación Qaraqara, donde se preserva la gran fiesta del encuentro. La región se encuentra ubicada en el norte de Potosí, municipio San Pedro de Macha, provincia Chayanta.

“Sus tierras ancestrales descienden desde la puna, bordeada por la cordillera de los Azanaques, hoy conocida como cordillera de los Frailes, y se extienden. Tiene paisajes de montañas y serranías con colinas altas y bajas bastantes alargadas, con pendientes empinadas en las proximidades de los cauces, formando valles altos y profundos en forma de V moderadamente moldeadas, con una vegetación variada de especies herbáceas de porte bajo, arbustos, matorrales, árboles, bofedales, matas espinosas, arbustos raquíticos, paja brava, yareta, con regulares praderas de pastoreo”, relata en el libro.

Entusiasmo juvenil

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Otro de los elementos importantes que se mencionan en la obra es la presencia de la juventud, quienes con energía y entusiasmo preparan sus mejores atuendos para gozar de la fiesta, cantando coplas dulces y picarescas, en una especie de contrapunto entre varones y mujeres (takipayanakus).

Con gestos provocativos, los waynas (jóvenes) empiezan a entrecruzar miradas con algunas qhawanakuy (chicas). Bailan saltando y zapateando enérgicamente, demostrando agilidad, fortaleza y virilidad para llamar la atención de las sipasas (mujeres jóvenes), que no se quedan atrás y, desarrollando su propio repertorio de canciones, cantan con voz elevada respondiendo a las coplas insinuantes de los varones, tratando de igualar en las zapateadas, al ritmo de los huayños.

“En la tropa todos cantan y bailan. Son incansables durante el tiempo de su permanencia en los espacios de la plaza y las calles adyacentes del pueblo, así continúan dando vueltas en cada esquina, al pie de la Torre Mayku, y en las casas donde se hospedan. Con el mismo entusiasmo retornarán a sus comunidades para seguir festejando durante otros tres días más que dura la fiesta”, agrega.

La festividad inspira a los pobladores y visitantes (nacionales y extranjeros), quienes improvisan melodías con los instrumentos musicales como el charango. El autor señala que muchos de los versos usados datan de épocas remotas, como las del poeta quechua Juan Wallparrimachi, oriundo del lugar.

“Yo soy de aquel pueblo. Del indio poeta. Cuyo nombre era Juan Wallparrimachi, yo soy macheñito de lindas ojotas. Estas mis hojotas, mejor que las botas, kani, kani, kani”, expresa.

El investigador señala que el vocablo “tinku” en las comunidades quechuas se refiere al acto de encontrarse pacíficamente entre personas o hallar cosas, y no a las peleas amistosas y emparejadas que son parte complementaria del evento, conocidas como maccanacu o takanaku, protagonizadas por hombres, mujeres y niños en medio de un ruedo.

El libro culmina con la premisa de que el tinku representa a la Gran Fiesta del Encuentro, aspecto en el que se evidencia la complementariedad eterna del dualismo andino que rige la vida de los pueblos originarios.

Es una obra fundamental en la historia del país no sólo porque los datos expuestos fueron recabados con la minuciosidad de un artesano de la palabra, sino porque es un reencuentro con la cultura potosina y boliviana. El libro es fruto de numerosos encuentros, con la familia, amigos y compañeros que se unieron en el camino, impulsado por el amor a nuestros antepasados.

La obra se presentó con esa energía, en el auditorio del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef), no faltaron los abrazos que expresan más de lo que uno puede decir o escribir, porque a veces no basta la palabra para expresar tanto cariño.

AEP/Estéfani Huiza Fernández


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