En 1925, Bolivia celebraba sus primeros cien años como país independiente. En sus inicios, fue una nación poderosa, con las leyes más avanzadas de América. Sus ejércitos se paseaban victoriosos, pues triunfaban en cada una de sus batallas. Al culminar ese ciclo, se inició una nueva etapa para la nación; Basilia llegaba a la vida ese año y acompañó a su patria durante otro siglo.
Despedir a los seres queridos siempre es doloroso, especialmente para aquellos que compartieron cada momento con ellos. En la cultura aymara, el término “tukusiwa” (se ha terminado) resuena con frecuencia en los velorios, recordándonos la inevitabilidad de la muerte. Como dijo Antonio Paredes Candia, “el kolla siempre tiene presente el mañana y la muerte”. Este relato es un homenaje a la vida de mi bisabuela Basilia Vásquez, una testigo silenciosa de los últimos cien años de nuestra historia. Su historia ha sido reconstruida gracias a los recuerdos y testimonios de sus hijos, nietos y bisnietos.
Basilia Vásquez nació el 24 de diciembre de 1925 en el pueblito de Calacoto, provincia Pacajes, departamento de La Paz. Llegó como la luz al día para su familia, ya que antes, sus padres tuvieron que soportar el deceso de su hija. En homenaje a la niña fallecida, le pusieron Basilia.
En ese año que acababa de finalizar, Bolivia festejaba cien años de independencia. Un nuevo siglo comenzaba, trayendo consigo la esperanza de un futuro mejor. Las elecciones presidenciales celebradas el 1 de diciembre dieron como ganador a Hernán Siles Reyes, quien tuvo el reto de apaciguar las sublevaciones indígenas, que fueron una constante durante toda la década de 1920. Mientras tanto, en el mundo aún palpitaban las secuelas de la Primera Guerra Mundial, y en Rusia se sentía el triunfo de la Revolución Soviética.
La niña era muy traviesa y divertida, siempre sonreía y jugaba con las polleras de su madre mientras ella trenzaba sus largos cabellos. Sin embargo, se avecinaban tiempos difíciles para el país y su familia. La Guerra del Chaco (1932-1935) fue un evento trágico que marcó el destino de su vida. Al finalizar el conflicto, Bolivia perdió casi todo el territorio del Chaco Boreal y la vida de 50.000 miembros de su población, lo que dejó un panorama desolador para los bolivianos. En medio de esa coyuntura, Basilia sufrió otro golpe: la pérdida de su madre.
Sin una figura materna y rodeada por sus hermanos, su padre tomó la difícil decisión de enviarla a vivir con una tía que vendía fruta en la ciudad de La Paz. Fueron años duros para la pequeña Basilia, quien debió enfrentar la pérdida de su madre en un entorno desconocido y lejos de su familia. El cambio repentino del campo a la ciudad la desmotivó, pero si algo había aprendido de su madre era a salir siempre adelante.
La caída de Villarroel
Pasaron los años y Basilia, ya acostumbrada a la vida de la ciudad, se sustentaba con diversos trabajos. Su ubicación, cerca de la sede de gobierno, le permitió presenciar eventos históricos trascendentales para el país, como la revolución del 20 de diciembre de 1943, que llevó al poder al mayor Gualberto Villarroel.
Mineros de la localidad de Milluni, La Paz (1950).
El régimen, desde sus inicios, confrontó muchos problemas, desde la falta de reconocimiento por los Estados Unidos hasta continuas manifestaciones sociales. Empero, el gobierno se caracterizó por dar un gran impulso al movimiento sindical y auspició el Primer Congreso Indigenista. En esos años, la joven Basilia, a punto de cumplir su mayoría de edad, trabajaba con una familia judía que había emigrado al país por la popularización del Partido Nazi, que se caracterizó por ser autoritario y racista. La vivienda estaba ubicada cerca de la plaza Murillo; allí aprendió a preparar varios platillos y a decir algunas palabras y números en alemán.
Esos años quedaron grabados en la memoria de Basilia, quien décadas después contaba a sus hijos y nietos el trágico episodio del 21 de julio de 1946, cuando una turba enardecida participó en el colgamiento del entonces presidente Gualberto Villarroel. “Era tanta la rabia que las mujeres lo punzaban con los ganchos de sus mantas”, recordaba.
Después de aquel momento conflictivo en la historia de Bolivia, se convocaron a elecciones generales en las que se disputaron la presidencia Enrique Hertzog y Luis Fernando Guachalla. Sin embargo, en esa época, el derecho al voto estaba limitado a las personas que no sabían leer y escribir, es decir, los analfabetos. Basilia no participó en esa elección.
A inicios de los años 50, la pequeña niña se había convertido en mujer. Se casó y, junto a su esposo, se mudó a la localidad de Milluni, donde desde 1920 funcionaba una mina como empresa privada. Basilia, acostumbrada al trabajo, se desempeñó como cocinera en el centro de salud de la comunidad. Con la llegada de los hijos, buscó otras formas de generar ingresos y aprendió a elaborar deliciosos helados de canela para venderlos en la plaza. Además, era muy diestra en la cocina y preparaba exquisitos buñuelos, que ofrecía acompañados de una taza de api caliente.
La familia era profundamente devota a la Virgen de la Concepción y, como muestra de su fe, participó en los bailes tradicionales en honor a la fiesta patronal, que se celebra cada 8 de diciembre.
Basilia, Nicolás y una pareja de amigos celebran la festividad de la Virgen de Concepción.
Revolución del 52
En 1951 se convocó nuevamente a elecciones generales, la fórmula del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) conformada por Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo ganó las elecciones. A pesar de ello, el gobierno saliente de Mamerto Urriolagoita cometió el error de desconocer los resultados y entregó el poder a la junta militar, bajo el mando de Hugo Ballivián, quien gobernó hasta abril de 1952. Fue entonces que el pueblo paceño se levantó en armas. Los mineros de Milluni, conscientes de que formaban parte del proletariado nacional, participaron activamente, con la firme convicción de defender sus derechos sindicales.
Basilia recordaba que los mineros estaban convencidos de que la lucha sería beneficiosa para todos, por lo que se armaron con dinamitas y partieron rumbo a ciudad de La Paz, donde lucharon junto a fabriles y obreros. Como resultado, se iniciaron grandes medidas de transformación social, aunque también trajeron consigo fallas y errores. Muchos mineros sintieron que sus intereses fueron afectados por la nacionalización de las minas. El esposo de Basilia, junto a varios compañeros, se quedó sin trabajo y se vio obligado a abandonar su comunidad. Varias familias, incluida la suya, decidieron mudarse a El Alto, que comenzaba a poblarse.
El historiador Johnny Fernández Rojas, en su libro Así nació El Alto, relata que las primeras juntas vecinales se formaron entre 1944 y 1948. La familia de Basilia se instaló en una de las zonas más populares y comerciales, conocida en ese entonces como Villa 16 de Julio.
Basilia, junto con sus hijas y su nieto, en su casa de la zona 16 de Julio, en El Alto.
En los años siguientes, El Alto experimentó un crecimiento exponencial. En 1982, contaba con 120 villas y una población de 300 mil habitantes, y solo tres años después, en 1985, se registraban 142 villas y 400 mil habitantes. Años más tarde, el 6 de marzo de 1986, las juntas vecinales se concentraron en la plaza Juana Azurduy y desfilaron por las principales calles de la Ceja, manifestando su alegría por la fundación de su ciudad.
Las últimas décadas
La década de los 90 fue una época de grandes cambios en su vida. Su esposo Nicolás falleció en 1991, lo que representó un golpe muy duro. Él había sido su compañero y, junto a sus hijos, su mayor fortaleza. Con el paso de los años, la historia del país se repetía ante sus ojos. Cuando cumplió 70 años, parecía que ya nada la asombraba. Sus hijos y nietos la nombraron ‘Reina abuelita’, y rodeada de su familia, parecía haberlo conseguido todo. Pero una pena persistía en su corazón: quería volver a ver a su hermana Dionisia. Su carácter obstinado nunca la hizo claudicar en su lucha. La buscó incansablemente hasta encontrarla; viajó a Perú, donde finalmente la halló. El reencuentro la llenó de una profunda alegría.
A pesar de su edad, Basilia, la aguerrida comerciante de la zona 16 de Julio, continuó trabajando hasta que las fuerzas la abandonaron. Su legado y el fruto de su esfuerzo a lo largo de toda una vida perduran en la Galería 300, un edificio que se erige como testigo de sus cien años de existencia. Su prolífica familia es otro de sus grandes logros: tuvo ocho hijos, 29 nietos, 38 bisnietos y más de 12 tataranietos.
No se entendería la vida sin comprender la muerte. Cuando pienso en ello, recuerdo una hermosa escena de la película Los sueños de Akira Kurosawa, en la que se muestra a jóvenes y niños ataviados con sus mejores ropajes, rindiendo homenaje a la vida que se fue, pero que se celebra. Se trata de amar la vida, a pesar de todo.
Por: Estéfani Huiza Fernández/