Fue bohemio, elegante, incomprendido y brillante, y compuso himnos al desconsuelo. Su historia salió a la luz después de un plagio musical y gracias al testimonio de quienes lo amaron.
En abril de 2011, durante una entrevista que realicé a Rommy Astro —una de las emblemáticas chinas morenas travestis del Gran Poder—, me habló del cantautor Jaime del Río. Me contó que vivía por la calle Pedro de la Gasca y, en voz baja, con una mueca pícara, me confesó: “Jaime del Río era gay”.
“Todas lo sabíamos, y también sabíamos que sufría mucho, probablemente por su situación familiar y por su sexualidad. Tal vez por eso compuso tantos temas de amor y desconsuelo. Sus canciones eran verdaderos himnos de nuestra época”, recordó Rommy. Evocó especialmente la canción Mi pena, a la que describió como un cántico que dejó huellas profundas en la vida de muchas personas, porque reflejaba con crudeza los sentimientos más tristes de desprecio e impotencia que muchos vivían en silencio.
Ese primer encuentro me impulsó a buscar más datos sobre la vida de Rubén Ramírez Santillán, cuyo nombre artístico fue Jaime del Río. Indagué en la página de Pentagrama del Recuerdo, un programa radial y grupo de investigación sobre música boliviana dirigido por Alfredo Soliz Béjar, quien plantea que el artista nació en Cochabamba, en 1929. En cambio, Elías Blanco, autor del Diccionario de la cultura boliviana, sostiene que nació en La Paz en 1921. Las fuentes son divergentes tanto en la fecha como en el lugar de su nacimiento.
Alfredo Soliz describe que el cantautor vivió su niñez y juventud muy cerca del parque Osorio, en Cochabamba, y que se dio a conocer en el pequeño auditorio de radio Cultura AM 1090, donde interpretaba su cancionero inmortal: la cueca Mi pena; los taquiraris Estás de más, Palomita blanca y Sin motivo. Este dato puede corroborarse con el disco original que forma parte del archivo fonográfico de música boliviana del Espacio Simón I. Patiño, editado por el sello Méndez.
Me estremeció el corazón cuando escuché por primera vez en un tocadiscos esa cueca, cargada de dolor y sentimiento, en la propia voz de Jaime del Río. La letra es, sin duda, un “corta venas”.
“Una pena tengo yo, que a nadie le importa,
que me importa de nadie si a nadie le importo yo.
No quiero humillaciones, no quiero compasión,
solo, solo he nacido, solito voy a vivir,
solo solo he nacido, solito voy a morir”.
Pocas personas recuerdan a este gran artista. Entre quienes me ayudaron a reconstruir su historia está el maestro Ernesto Cavour, quien nos dejó en 2022. En todas sus entrevistas, él reconocía al barrio de Chijini como la cuna de la bohemia paceña. Y al hablar de Jaime del Río, recordaba haberlo conocido cuando tenía apenas siete años, gracias a su tío Jaime Sanjinés, que fue amigo de barrio del cantautor.
“Lo recuerdo como un bohemio; siempre lo veía con su chalinita al cuello, muy alhajo, simpático. Ya de joven supe que fue el propio Jaime quien eligió el sobrenombre ‘del Río’ como nombre artístico. Según contaba, lo habían levantado del río, así como a Moisés, que según la historia bíblica fue salvado de las aguas”, evocó Cavour.
Este detalle de su vida es revelador. Jaime del Río fue hijo natural, es decir, nacido fuera del matrimonio. En los años 1920, esa condición tenía implicancias legales y sociales de fuerte carga segregacionista. En la actualidad, en cambio, muchos países —incluida Bolivia— han eliminado esas distinciones para evitar los juicios y estigmas que, en el pasado, generaron tanta violencia y discriminación en otrora.
Recuerdos familiares del infalible Jaime del Río
La familia de Jaime del Río, conformada especialmente por sus sobrinos, me recibió en su casa de Achumani en 2015. La reunión fue organizada expresamente para hablar sobre su tío, el recordado cantautor. Emocionado, su sobrino Raúl me contó que Jaime era un hombre pretencioso, orgulloso y altanero. Se vestía tan impecable y con tanta elegancia que emulaba a Carlos Gardel. Todos los días lucía trajes a la moda, todo un artista, un galán.
Había ganado varios premios otorgados por la alcaldía, pero lo irónico —según Raúl— era que vivía con escasos recursos, en un cuarto de aproximadamente 7 por 4 metros. Ese espacio se lo había cedido su tía María Ramírez, en una casa ubicada en la calle Pedro de la Gasca, más conocida como thanta qhathu, expresión aymara que significa “mercado de lo viejo”.
Era una sola habitación que reunía la cama, algunos muebles, la cocina y una pequeña sala; un espacio modesto pero cálido, donde acogía a todos sus amigos y se gestaban inolvidables noches bohemias.
Rilma Ramírez, su sobrina, recuerda que su tío era muy cariñoso con ella y la llamaba “mi pequeña Lulú”.
“Pasaba todos los días por su casa. Él me peinaba con trencitas adornadas con rosones para ir al colegio; tenía una paciencia única. Ya cuando era adolescente, venía a mi casa. Como todo artista —y como muchos incluso hoy— no tenía recursos. Traía cuadernitos con letras escritas a lápiz y me decía: ‘Hijita, transcribe mis escritos en la máquina de escribir’. Y yo lo hacía encantada. Su cuaderno estaba lleno de composiciones. Escribía bastante y ensayaba con Gilberto Rojas. Por eso le decían ‘el infalible’, siempre estaba presente en las fiestas de las tías, acompañado de su amigo. En esa época, en la mayoría de las casas grandes había un piano. Mi tío cantaba y Gilberto tocaba. Eran compañeros de arte, inseparables. Ahora entiendo tantas cosas. Cuando iba a su cuarto, las paredes estaban cubiertas de versos, de mucha poesía… Si las paredes hablaran. A ese mar de letras lo acompañaban fotos de artistas recortadas de revistas antiguas como Carlos Gardel, Frank Sinatra… Era impresionante. Seguramente transcribí muchas de esas canciones. Cuando le preguntaba en qué se inspiraba, él suspiraba y me decía: ‘En todo lo que te hace la vida, hijita’”.
El sobrino Raúl Ramírez Ustariz cuenta que su tío asistía a todas las fiestas familiares. Afirma que ‘el infalible’ no podía faltar, aunque muchos se incomodaban con su presencia. Jamás fue comprendido por su familia —dice—. Lo discriminaron, privándolo de los derechos que le correspondían por haber sido hijo natural, porque era mal visto en aquella época. Y peor aún si se era artista, después de los malhechores, eran los más rechazados.
“La madre era una señora cochabambina de pollera, de esas lindas cochalitas rubias, que ante su belleza ha sucumbido mi tío abuelo, el padre de Jaime del Río. Mi tío, con una prodigiosa voz, seguramente por este amor a su madre, compuso el taquirari ‘¡Oh, Cochabamba querida!’, que se convirtió con el tiempo en el segundo himno de esta ciudad. ¡Oh Cochabamba querida! Ciudad de mágico encanto, te doy entera mi vida, en este mi humilde canto… Sus canciones hasta la actualidad perduran, pero no le reconocen los créditos, por lo mismo su familia en la actualidad lo recuerda con amor y aplauden su talento, no en vano le decían: el ‘Zorzal de Chijini’, por su voz, una lástima que nos dejó tan joven”, rememoró Raúl Ramírez.
Siento yo en el alma, un dolor
profundo...
Jaime del Río vivió su homosexualidad en una época profundamente conservadora, en la que tuvo que enfrentar la discriminación y la soledad, sentimientos que se reflejan en su cueca Mi pena. A diferencia de muchos otros autores que le cantan al amor perdido y al amor ausente, él cantaba a sí mismo, a su propia existencia.
Tuvo que ocultar su homosexualidad frente a su familia. Su sobrino recuerda que, cuando tenía 11 años, veía a su tío como a un gigante, simpático y distinto al resto de la familia Ramírez, a quienes —dice— no percibía con el mismo garbo.
“El tío tenía una elegancia colgada y un carisma excepcional. Estar ahí, observándolo mientras contaba tantas anécdotas, era fascinante. Siempre fue el centro de atención, despertaba simpatías y también antipatías en la familia. Por supuesto, fue muy reservado con su vida privada; nunca dijo nada, aunque todos sabían de su orientación sexual”, asevera.
Raúl Ramírez, su sobrino, recuerda que Jaime del Río murió joven. “Algunos dicen que fue por una intoxicación, y otros en la familia creen que lo asesinaron. Parece que intentaron robarle su guitarrita, que en esa época costaba mucho. Lo cierto es que lo encontraron después de cuatro días, tendido en la cama de su propio cuarto”.
Ramírez relata que, como su tío siempre andaba de parranda en parranda, probablemente nadie se sorprendió por su ausencia. “Sabemos que en esa época el mundo de la bohemia implicaba un estilo de vida particular, y Jaime del Río lo vivía plenamente: salidas, cantadas, copas. Bebía bastante —como decían los artistas— ‘para calentar la garganta’, ‘para templar las cuerdas vocales’. Pero nunca lo vi borracho, tambaleándose. Era un hombre que cuidaba mucho su imagen. Seguramente bebía en su cuarto o en otros espacios más reservados”.
Este dato corrobora el testimonio de Cavour, quien ya señalaba que el cuerpo de Jaime del Río fue encontrado en su habitación después de cuatro días, en estado de descomposición. Según su relato, la muerte pudo haber sido causada por una intoxicación alcohólica o incluso por un asesinato en su propio domicilio. No se descarta que se haya tratado de lo que hoy se denomina como un “crimen de odio por orientación sexual”. La verdad, nadie la sabe con certeza.
Cuando realicé la entrevista al maestro Ernesto Cavour, no se conocían detalles sobre la causa de muerte de Jaime del Río; incluso se ignoraba el lugar donde estaba enterrado. Todo cambió el 14 de octubre de 2013, cuando, gracias a la información de Fernando Laura —admirador del artista—, se logró ubicar su nicho, cuya ubicación era conocida únicamente por la familia.
Ese hallazgo permitió organizar, por fin, un homenaje por los 50 años del fallecimiento de Jaime del Río. El acto contó con la participación de representantes de Sobodaycom, encabezados por Arturo Conde Ramírez, y del sobrino del artista Raúl Ramírez, quien hasta hoy emula a su tío en el canto, los gestos y las emociones.
Fue un homenaje sentido, que concluyó con una cálida reunión íntima en casa del sobrino, como un acto de memoria y reivindicación familiar.
Tras las huellas de Jaime del Río
En mi búsqueda personal, visité el Cementerio General en 2015 para solicitar acceso a los registros de defunción e inhumación del artista. Me compartieron documentos clave, los registros del 17 de octubre de 1963. En el número 201 aparece Rubén Ramírez Santillán, de 40 años, compositor y músico. El pase para inhumación, otorgado por el Registro Civil de La Paz, indica que su fallecimiento fue inscrito en el libro de Defunciones Nº 1-63, partida Nº 17.
El registro detalla: sexo, varón; nacionalidad, boliviana; estado civil, soltero; condición, hijo legítimo; domicilio, Pedro de la Gasca s/n; lugar de defunción: La Paz; fecha de fallecimiento, 13 de octubre de 1963; causa de la muerte, neumonía aguda.
La defunción fue certificada por el doctor Raúl Salas Linares y el documento firmado en La Paz el 17 de octubre de 1963.
Después de revisar este documento, las hipótesis sobre su fallecimiento siguen sin esclarecerse del todo. Oficialmente, la causa de su muerte fue registrada como neumonía aguda.
La historia de la cultura popular en nuestro país es tan diversa como heterogénea. En ese intento de construir una memoria colectiva, se han olvidado —u omitido— aportes fundamentales de personajes ilustres del cancionero nacional. Artistas como Jaime del Río son un referente innegable de nuestra identidad musical.
Tuvo que ocurrir un hecho polémico para que su nombre resurgiera: el plagio ocurrido en septiembre de 2013 por parte del grupo peruano Do Re Mi, que modificó el emblemático tema ¡Oh, Cochabamba querida! por ¡Oh, Quillabamba querida! Fue entonces que, impulsadas por artistas paceños, las autoridades ediles de Cochabamba sacaron a la luz el nombre del verdadero autor: Rubén Ramírez Santillán, conocido artísticamente como Jaime del Río. Así, su historia comenzó a hacerse pública.
Es urgente que valoremos y rescatemos del olvido a muchas y muchos artistas que han engrandecido nuestra cultura. Por eso, muy pronto, en una sorpresa inédita, se publicará la Biografía colectiva La Paz, impulsada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB), donde una de las semblanzas será de Jaime del Río. Con ella, ¡honremos la vida del ‘Zorzal de Chijini’ como un merecido homenaje a este gran artista!
Siento yo en el alma
Jaime del Río
Siento yo en el alma, un dolor profundo,
ya no encuentro calma, para mí en el mundo.
Por qué me atormentas, con tu indiferencia
Por qué me acongojas, con tus pretensiones
Quisiera matarme, para así olvidarte,
pero es imposible, no podré olvidarte.
Márchate, te ruego, huye de mi lado,
para ver si luego, pueda yo olvidarte.
Oh, no, no te vayas, por favor, no intentes.
Yo sé que lo harías, porque nada sientes.
Por: David Aruquipa Pérez/