En el contexto de la Navidad, la historia de los hermanos Grimaldis destaca no solo por su conexión con la festividad, sino también por los logros literarios que marcaron su infancia, posicionando a Chuquisaca como una tierra forjadora de talentos en prosa y literatura.
Esta es la historia de los hermanos Grimaldis, quienes, como la Navidad, iluminaron los inicios de sus vidas con brillantes logros literarios. Este es un breve recorrido por los textos que escribieron: Roberto, con un cuento, y Laura, con un poema. Curiosamente, ambos textos giran en torno a Dios o la Navidad, lo que hace oportuno recordarlos y darles visibilidad.
El talento de los hermanos fue guiado por la acertada y comprometida orientación de su profesor de Literatura en el colegio Domingo Savio. Sin embargo, a veces, el paso del tiempo cubre de polvo y olvido los destellos del talento. Hoy la literatura los rescata, devolviéndoles el lugar de honor y reconocimiento que merecen.
Negra Navidad, el cuento de un talentoso estudiante de Chuquisaca
Mi más grande deseo es ser blanco. Es decir, caucásico, de tez blanca y rosácea. Que se pone morado con el frío y pálido con el miedo. Desde que tuve uso de razón siempre quise ser igual que mi familia. Toditos son claritos.
Hoy es noche buena. Mi familia se encuentra reunida, abajo, en la sala, celebrando y esperando el nacimiento del Niño Jesús. Me encuentro en el desván, que es como le llaman mis padres a este lugar donde guardamos las cosas viejas que ya no usamos. Estoy al lado de la pequeña ventana esperando la llegada de Papá Noel, que suele llegar a la medianoche. Bueno, al menos, eso dice mi mamá.
He apagado la luz para que nadie pueda verme y cuando él llegue pueda sorprenderlo. Este año escribí dos cartas: En una pedía una bicicleta, esa carta la dejé junto al árbol de Navidad; la otra está en mis manos. Espero dársela personalmente. En ella pido tener la piel blanca.
Todo empezó cuando mis padres decidieron formar una familia. La primera en llegar fue Alba, que desde muy pequeña demostró tener un carácter dominante, ser presumida y vanidosa. Luego llegué yo siendo totalmente distinto a ella. Para completar el hogar, hace poco nació Lucero.
Desde pequeño me di cuenta que yo no era igual que mis hermanas, ya que ellas eran tan blancas que su rostro se podía comparar con el reflejo de la luna en el mar. De hecho, a veces, me parecía que era la mismísima luna llena. La mayor decía tener sangre azul. Pero yo no podía decir lo mismo de mí, pues para mi desgracia nací con la piel morena.
A mis cuatro años mi madre siempre me decía ¡negro!, haz esto, ¡negro!, haz lo otro… y ¡negrito, pórtate bien porque si no Papá Noel no traerá tu regalo! ¿Acaso no había un Papá Noel negro, por ejemplo, para los africanos? Y cuando mi hermana mayor me reñía ella también salía con el mismo cuento de siempre, recordándome que soy moreno. Ella siempre me decía que yo era su sombra y se reía mientras yo me ponía a llorar. A veces yo no sabía si era en broma o es que realmente lo decía en serio. Por eso, a veces, creía que era adoptado. Ahora que tengo seis años, casi siete, la historia continúa.
En la escuela mis compañeros eran malos. Pese a que había otros morenos, no sé por qué se la agarraban conmigo. Desde ese bendito día del festival de danzas, en el que participé en una zaya, me llamaron zambo.
En la cancha de mi barrio conocí a Marvin. Él tenía nueve años. Con él compartía mis juguetes porque su familia era pobre. Por lo general, él siempre usaba chancletas, un pantalón roto y una polera, o sea, siempre andaba descuidado.
Marvin siempre me decía qué hacer. Recuerdo que una vez me insistió para que jugáramos a la pelota en la sala de mi casa, pero por mala suerte rompimos un jarrón, el preferido de mamá. Y lo único que recibí fue una paliza acompañada de los insultos de siempre: “Negro de porquería, no vuelvas a jugar en la sala”.
El otro día, cuando terminamos de jugar, yo le comenté mi problema y ésta es la conversación que tuvimos:
—En casa todos me tratan de negro. Muchas veces, luego de decirles que ya no lo hagan se tranquilizan un poco y luego me salen con lo mismo.
—¿Qué te parece si provocas un pequeño incendio en tu jardín? Como tienen tanta leña seca…
—Y ¿para qué?
—Para provocar un poco de humo.
—Y eso, ¿en qué me ayudaría?
—El humo es de color negro.
—¡Tonto! ¿Cómo vas a decir eso? Si el humo es blanco. Pero con la ayuda del viento se hacen cenizas y eso es lo que oscurece el humo y las cosas que toca.
—Ah, sí, eso es lo que quería decirte. Cuando este humo llega a la piel también la oscurece. Pero cuando se bañen volverán a ser lo que eran antes.
—A mí me dijeron que la mayoría de las personas morenas se quedaron así porque estuvieron cerca del humo. Por eso yo me cuido de estar cerca de una fogata.
No sé si lo que me dijo ese día al final fue en broma, en serio o por maldad. El asunto es que nos pusimos a hablar de otras cosas. Y nos olvidamos de ese tema.
***
No sé cómo pude dormirme, pero en este momento mi mamá acaba de despertarme. Me encontró. “Vamos, negrito, ya llegó Papá Noel y te dejó tu regalo en el arbolito”.
Bajé emocionado y al llegar vi cómo mi hermana mayor observaba con ojos golosos una hermosa bicicleta. Era el regalo que había pedido en mi primera carta. Sin pensarlo, corrí para agarrarla, pero mi hermana también la quería. La disputa no tardó en estallar, tanto así que mi mamá, visiblemente molesta, decidió poner fin al pleito con una mentira cruel que cayó como un balde de agua fría:
“¡Ya basta! Yo la compré. La bicicleta es para los dos. Así que déjense de fregar. Papá Noel no existe”.
Mientras mi hermana y yo nos quedábamos sorprendidos, papá bostezó. No me quedaba otra que compartir, pero aún no me cabía la idea de que Papá Noel no existiera. Era mentira, mamá mintió solo para darle la bicicleta a mi hermana. Desesperado y llorando, corrí a mi habitación. No sabía qué pensar, estaba molesto. Fue entonces cuando se me ocurrió la brillante idea: me puse a escribir una nueva carta. Luego bajé otra vez y, mientras ellos comían picana, deslicé la carta cerca del pino.
Cuando mis padres se dieron cuenta de lo que pasaba, ya era demasiado tarde. El fuego estaba consumiendo los alrededores de la casa y el humo comenzaba a llenar el aire. Quisieron salir, intentaron abrir la puerta, pero no lo lograron porque yo había echado llave por fuera. Me gritaron: “¡Tomas! ¡Ábrenos la puerta, rápido!”. Yo les respondí: “¡Abran la carta que está en el pino!”.
“¿Para qué?”, dijeron ellos.
“No importa, ábranla, luego lo hago”, respondí.
Desesperados, abrieron la carta que decía:
Querido Papá Noel:
Espero que estés bien, porque yo estoy de la patada. Con lágrimas y sintiendo que eres un mal amigo, esta vez te voy a pedir lo contrario de siempre, o sea, ahora quiero que mi familia se vuelva morena, ya que estoy harto de que me llamen “negro”. No te preocupes, yo te ayudaré. Sólo tienes que ayudarme a que conserven ese color. Hasta pronto, mal amigo.
***
Qué importaba la casa, total, al año le iba a pedir otra. Vi la expresión que pusieron a través de las ventanas con rejas.
Entonces la casa se llenó de humo negro mientras mi familia gritaba pidiendo ayuda desde adentro y yo saltaba de alegría pensando que esta Navidad iba a ser la más negra de sus vidas.
La historia detrás del talento
En abril de 2009 se lanzó la convocatoria para el Concurso Nacional de Cuento Breve del diario cruceño El Deber. En esta undécima edición se eligió a una ganadora y se otorgaron dos menciones honorarias. Una de las menciones fue para un varón de Chuquisaca y la otra para un participante de Santa Cruz. El chuquisaqueño, flamante ganador de la mención honoraria, se destacó entre un centenar de concursantes.
El concurso de cuento breve, según la editora de la revista Extra, Anna Infantas, era uno de los certámenes de literatura más antiguos del país. Fue una iniciativa del director del periódico Pedro Rivero Mercado. El jurado calificador estuvo compuesto por Geovanna Rivero (1) Emma Villazón (2) y el periodista Marcelo Suarez.
En esta versión participaron más de un centenar de trabajos, de los cuales 57 fueron preseleccionados para ser evaluados por el jurado. La otra mención fue para Sebastián Sánchez, del colegio Saint George de Santa Cruz.
En esta oportunidad, Crónicas recuerda ese momento, ya que el cuento Negra Navidad alude a estas fechas. Un cuento con mucho sarcasmo y que apela a la denuncia del racismo y la discriminación. Pero, ¿quién es Roberto Matías Grimaldis?
A quince años de la premiación, desempolvamos el talento de este joven escritor que, junto con su hermana, lleva la impronta de su profesor de literatura, el poeta Carlos Gutiérrez Andrade. Fuera del horario de clases éste les daba lecciones de literatura: poesía y narrativa. Pero, ¿cómo empezó la historia?
En abril de 2008, Gutiérrez Andrade fue nombrado profesor suplente en el colegio Domingo Savio, en Sucre. Ahí conoció a Laura Patricia Grimaldis Flores, hermana de Roberto. Entonces ella le pidió a su papá que el profesor le diera clases particulares de literatura y, después de meses de trabajo, Laura ganó el segundo lugar en el concurso de la Fundación Cultural La Plata en el género poesía.
Podía haber ganado el primer lugar, pero una alumna plagió el poema de una poetisa reconocida en Sucre (Scarlett Marlene Arriola F.) y ganó el primer lugar. Recién, luego de la premiación, se supo el ardid subrepticio.
Después siguieron las clases con el hermano, quien al año siguiente destacó con su cuento alusivo a la Navidad en el concurso a nivel nacional.
Roberto Matías Grimaldis Flores es ingeniero civil y su hermana, Laura, es trabajadora social, exestudiante del colegio Domingo Savio.
1.- Geovanna Rivero es una novelista y cuentista boliviana. Pertenece a los escritores de ficción contemporáneos más exitosos de Bolivia.
2.- Emma Villazón Richter es una escritora y poetisa boliviana. Falleció el 19 de agosto de 2015 a los 32 años. Ganó el Premio Nacional de Poesía Petrobras con su obra Fabulas de una caída.
Por: Carlos Gutiérrez Andrade/