Para Medinaceli, nuestra literatura, en lugar de vivir desligada de nuestro ambiente y con la mirada puesta en el extranjero, debe ser capaz de buscar su propia expresión y la originalidad del espíritu nacional.
La Paz, 22 de abril de 2024 (AEP). – Los procesos del siglo XX (la pérdida de la costa, el juicio de Mohoza) llevan a una discusión sobre la conversión de Bolivia en un Estado moderno, cuyo trasfondo encubre la competencia que había al interior de la élite por controlar el poder político a inicios del siglo XX.
Los imaginarios sociales generados en este periodo nos dan un detalle de lo que fue, en esencia, el pensamiento social boliviano. No solo refleja la fuerte influencia que los pensadores bolivianos recibieron del contexto sociopolítico y cultural de su época, sino que también vemos el importante papel que desempeñaron como figura intelectual dentro de un momento histórico concreto.
El pensamiento social boliviano en los primeros cincuenta años del siglo XX tiene sus bases sobre un problema en común: se vive en un país con dos culturas: una derivada de la tradición hispánica y otra del pasado indígena, donde las diferencias raciales coinciden a menudo. El mayor problema que han tenido que encarar y al que se enfrentaron a principios del siglo XX fue la del indio.
Carlos Medinaceli, quien fue considerado crítico y animador del proceso de la cultura boliviana, asfixiado por la acción abusiva y secante de la gran minería, y su clase dirigente, vio cómo las expresiones en el arte, la literatura, solo eran una imitación de las grandes corrientes que venían desde afuera. Denunció cómo las manifestaciones culturales eran utilizadas y dependían del aliento que la oligarquía prestaba a los artistas y autores que le eran leales.
De aquí que tenemos una literatura hecha a gusto de la clase dominante, evasiva y depresiva de las realidades del país. Al respecto, Medinaceli anota: “La sociedad de la clase burguesa no quiere verse la cara en el espejo de la realidad, porque su cara es fea. La realidad actual de esta vida boliviana que estamos viviendo en estos días es triste. Es misérrima. Hay pequeñez en todo… La sociedad ociosa no alienta ningún ideal” (1972: 11).
Contra esa realidad reaccionó Medinaceli, toda su obra muestra una airada protesta contra el envilecimiento, la estrechez de la mentalidad provinciana. Todos los problemas que envolvieron la realidad nacional estuvieron presentes en el pensamiento de Medinaceli, incomprendido en su época.
La crítica de este escritor destaca por un factor sumamente importante: el nacionalismo o indigenismo literario, que el autor planteó y defendió (Estudios críticos es solo una muestra). Para Medinaceli, nuestra literatura, en lugar de vivir desligada de nuestro ambiente y con la mirada puesta en el extranjero, debe ser capaz de buscar su propia expresión y la originalidad del espíritu nacional.
“Ha de ser el espíritu del Ande quien ha de dar a nuestras letras un relieve característico ¡la anhelante inquietud de cumbre y la ansiedad infinita de la pampa; un sentido sobrio y humano, ese fundamental estoicismo y desdén del sufrimiento propios del indio, con la nostalgia y saludable de un bien desconocido” (1969:73). Como podemos ver, le preocupaba la falta de la “novela nacional” que resalte el alma nacional.
El análisis de los juicios y la controversia intelectual alcanzaron sobre todo en la crítica que hace a José Eduardo Guerra que, en la obra Itinerario espiritual de Bolivia, planteaba los lineamientos para crear una literatura nacional. Guerra en su obra ve la necesidad de volver los ojos hacia Europa.
El tomar el continente europeo como ideal trajo serias consecuencias, algo que Medinaceli no estaba dispuesto a sobrellevar, y esta fue su refutación: “Se explica que Guerra, que vive en Europa, haya vertido ese juicio. Si viviera en Bolivia, si hubiese conocido la Bolivia verdadera, que es la campesina, su opinión sería otra. Para los que vivimos en Bolivia, para los que desde pequeños, viajando por campos y pueblos, hemos tenido que enfrentarnos ante la realidad de la vida nacional, la primera exigencia que se nos impone, a cada momento, es apartar los ojos de la Europa exótica, que desorienta nuestra conducta, y volver a la realidad boliviana es fundamental” (1969:119).
Pensaba que pretender vivir desligados del medio, importando y trasplantando los mismos modos de vestir, sistemas de gobierno, lo fatalmente imperativo, es precisamente lo que hace volver los ojos a la tierra que habitamos.
Medinaceli decía: “Además de reconocer, esto es tiempo, ya de arrancar deducciones de nuestra historia. Si ahondamos en ella, forzosamente tendremos que llegar a ver que, desde la Colonia para acá, nuestra existencia ha sido en la forma hispánica, pero en la esencia india. De ello ha provenido el desequilibrio de nuestra existencia pseudomofótica. Queremos vivir a la europea, pero sentimos como indios. En todos los aspectos de nuestra existencia se refleja esta desarmonía: lo mismo en política que en literatura; en lo social como en lo doméstico, escribimos en castellano, pero pensamos en aymara o Keswua. Y, de hecho, nuestra vida, nuestra conducta, nuestro sentir y gobernar, resultan falsos, deficientes fragmentarios y vacilantes, no llegamos nunca plenamente a realizar la totalidad de nuestro espíritu en una forma definida” (1969:119-120).
Las miras nacionalistas de Medinaceli se hunden profundamente en la tierra boliviana.
Medinaceli quiso para Bolivia una literatura que fuese no un ente desarraigado y condenado a su propia muerte, por falta de savia vital, sino a una entidad sólidamente cimentada, capaz de resistir cualquier temporal. Apuntaba a una conciencia de desequilibrios sociales y económicos, entre diferentes segmentos de la sociedad, hasta entonces no plenamente reconocidos. Bajo este enfoque aparece una problemática de vigente actualidad, incluso en nuestros días.
Podemos observar en el pensamiento de Medinaceli que trata ampliamente el tema de la identidad nacional. “Si queremos ser nación, lo primero es que vayamos aprendiendo a pensar —y expresarnos— en conformidad al genio nacional, al alma de la raza. Al ‘espíritu territorial’. Porque eso es lo propio nuestro, y aunque por de pronto ese espíritu sea todo lo mestizo e indígena que se quiera, no importa. Más vale relinchar por cuenta propia que no vestirse con las plumas de grajo” (1984:18).
Abordó la realidad nacional desde una perspectiva crítica, puso énfasis en la enmarañada urdimbre de la sociedad de rangos estamentales, de ahí que vino su preocupación por tratar de crear una novela capaz de reunir todas las características que puedan unificar una identidad nacional que desde su punto de vista estaba fragmentada.
Sin duda, hacía referencia a la vida espiritual del hombre que, en un medio como el de su época, era bastante pobre. Él creía que no contábamos con una novela nacional, es decir aquella representativa de nuestro espíritu, y ello se debía a que la nación aún no había sido construida (una de las críticas constantes que develan este hecho tiene que ver con la crítica que se hace a los viejos estamentos sociales, en donde se crea una nación sin ciudadanos).
La existencia contradictoria, entre las formas de vida que adoptó la sociedad boliviana bajo influencia y mirada europea, y el problema del indio tan debatido a lo largo del siglo XX, mostraba el conflicto de nuestra vida como nación.
A modo de conclusión quisiera destacar una frase enfatizada por Porfirio Díaz Machicao: “Si Carlos supiera que entendemos su obra”, si bien es cierto que en su época fue ‘el gran incomprendido’, al presente no podríamos ignorar la persistencia en la narrativa de Medinaceli. Esto sugiere que su obra no se limitaba únicamente al ámbito literario, sino que representaba un fenómeno social significativo.