La ciudad natal de Reyes, Potosí, una de las más altas del mundo, con una altitud promedio de más de 4.000 metros, tiene un pasado glorioso pero trágico.
HERRADURAS DE PLATA
En 1545 se descubrió en Potosí una inmensa mina de plata, lo que provocó un frenesí por parte de los colonos españoles locales. Se calcula que, en su apogeo, la producción local de plata representaba aproximadamente la mitad de la producción total mundial.
En sólo unas pocas décadas, Potosí, que antes era “nada más que montañas estériles y llamas”, se convirtió en una bulliciosa ciudad con más de 100.000 habitantes, comparable en escala al Londres y al París de la época.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano describió el lujo extremo de la ciudad en su obra Las venas abiertas de América Latina. Según sus palabras, “hasta las herraduras de los caballos eran de plata”.
Sin embargo, esta riqueza montañosa pertenecía únicamente a los colonos, mientras que los pueblos indígenas que habían habitado la tierra durante generaciones sufrieron las nefastas consecuencias de su explotación.
Casi 300 años después, cuando los colonos se marcharon, quedaba poca plata en las minas.
Hoy, Potosí es una de las ciudades menos desarrolladas de Sudamérica. El proceso histórico de refinación de la plata, que utilizaba mercurio, generó una gran cantidad de gases tóxicos y aguas residuales, lo que dejó grandes zonas estériles.
MÁS OPULENTA ES LA OPULENCIA, MÁS MISERABLE RESULTA
La gloria y la tragedia de Potosí han ido en gran medida de la mano de lo ocurrido en la mina situada a una altitud de casi 5.000 metros.
La montaña fue apodada “Cerro Rico” por su riqueza en plata. Sus laderas rojas, marcadas por innumerables huellas blancas, recuerdan las arrugas del rostro de Reyes. Estas cicatrices indelebles hablan de una historia marcada por la explotación y el saqueo occidentales.
“Para los indígenas de esa época, este lugar era como la ‘boca del infierno’”, dijo a los periodistas el guía local Johnny Montes al entrar en la zona minera. Incluso hoy en día los mineros de Potosí tienen una esperanza de vida media de sólo 40 años.
En la mina, los periodistas, como solía hacer Reyes, se vistieron con cascos de minero, botas de lluvia y ropa de trabajo. Llevando baterías para alimentar sus linternas, descendieron al nivel de transporte de 40 metros de profundidad de la mina, el más cercano a la superficie terrestre de los seis niveles de trabajo.
En los oscuros y estrechos pasillos del pozo, los periodistas tuvieron que inclinar la cabeza, ya que cualquier paso en falso podía provocar que sus cascos chocaran contra la roca. En el camino, se encontraron con dos jóvenes mineros que se esforzaban por empujar un carro minero, avanzando a un ángulo que apenas superaba los 30 grados respecto al suelo.
Una anciana potosina que fue entrevistada hace años por Galeano dijo que esta ciudad alguna vez era la que más ofrecía al mundo, pero ahora es la que menos posee.
“La loca explotación de los recursos humanos y materiales ha llevado a la paradoja de que ‘allí donde más opulenta es la opulencia, más miserable resulta, tierra de contradicciones’”, escribió Galeano. Para él, Potosí “es todavía una herida abierta del sistema colonial en América: una acusación”.
LA MUERTE FUE EL ÚNICO RESPIRO
Un documento de mediados del siglo XVIII del Archivo Histórico de la Casa Nacional de Moneda de Bolivia, en Potosí, describe las tareas que los indígenas se vieron obligados a realizar bajo el sistema de trabajo denominado “la mita”, una práctica de trabajo forzado ahora incluida en el Programa Memoria del Mundo de la Unesco.
El sistema, impuesto por los colonos españoles, obligaba a los indígenas a proporcionar una cierta cantidad de trabajo a las autoridades coloniales cada año, que consistía principalmente en minería y tareas relacionadas, con turnos de hasta 18 horas al día en condiciones extremadamente duras. Para muchos, la muerte era el único respiro.
A través de la extrema brutalidad de los trabajos forzados, Potosí, percibida como una “mina de oro” por los colonos, concentró la fuerza laboral hasta un grado sin precedentes para maximizar la acumulación de riqueza sin paralelo en la historia mundial.
Lo que se obtuvo a costa de innumerables vidas indígenas fue el lujo extravagante para los colonos.
La plata de Potosí se convirtió en una fuente de financiación crucial para las duraderas guerras emprendidas por la monarquía española. El imperio español del siglo XVI, bajo los reinados de Carlos V y Felipe II, fue aclamado como la Edad de Oro, con sus colonias repartidas por todo el planeta.
El término “el imperio en el que nunca se pone el sol” se utilizó entonces para referirse al imperio español bajo Felipe II y sus sucesores, cuando alcanzó un tamaño territorial global, dos siglos antes de que el imperio británico ostentara el epíteto.
Al ver la historia desde una perspectiva latinoamericana, Galeano destacó que “fueron otras las comarcas de Europa que pudieron incubar el capitalismo moderno valiéndose, en gran parte, de la expropiación de los pueblos primitivos de América. Los indios han padecido y padecen —síntesis del drama de toda América Latina— la maldición de su propia riqueza”.
EL FUEGO DE LA REVOLUCIÓN NUNCA SE APAGÓ
A finales del siglo XVIII, cuando la Guerra Revolucionaria Estadounidense y la Revolución Francesa provocaron olas de cambio, los pueblos de América Latina empezaron a despertar.
El 16 de julio de 1809 estalló una revolución en La Paz, encendiendo el fuego que quemó el antiguo sistema colonial.
A pesar del asedio del ejército colonial español, las llamas de la revolución nunca se apagaron. El 6 de agosto de 1825, Bolivia declaró oficialmente su independencia. En octubre, el “libertador” Simón Bolívar llegó a Potosí y fue recibido calurosamente por la población local.
“Ha sido por la plata del Cerro Rico de Potosí, que ha dado todo lo que se ha tenido para comprar armas, para alimentar a la gente, para moverse de un lugar a otro. Cuando hablamos de la guerra de la independencia en Bolivia, nos tenemos que remitir a lo que ha sido Potosí, todo ese movimiento ha sido generado gracias a estas personas y al movimiento económico”, afirma Sheila Beltrán, curadora del museo del gobierno provincial de Potosí.
Bolívar también sostenía esta creencia, dijo Beltrán. “’De Bolívar Bolivia’, y es así como ahora se tiene el nombre de nuestra querida patria”.