Con una vida dedicada a las letras y una amistad profunda forjada en torno a los libros, Nisttahuz se erige como un émulo de Carver y Chejov. Este reconocimiento repasa sus contribuciones literarias y su influencia en generaciones de escritores, resaltando su habilidad para contar historias con sencillez y profundidad.
Este es un homenaje al genial escritor boliviano octogenario que nos brindó a varias generaciones clases magistrales de literatura y en especial de narrativa. Pese a que el polígrafo en vida fue merecedor de sendas notas periodísticas, más que nunca hay que volver a difundir su obra. Es por eso que hoy le rindo un homenaje al maniaco, al compulsivo e irreductible, émulo de Carver y Chejov.
Conocí al paceño en el pasaje Nuñez del Prado y los libros fueron el pretexto perfecto para forjar una amistad de años. Entre los retos que tuve que afrontar para forjar la amistad estuvo la de aprender a escribir su apellido de origen… ¿judío? Vaya uno a saber. La cuestión es que el primer fonema es /S/ y el último /Z/ y con doble TT y con una H intermedia muda. Y en eso había que ser muy cuidadoso, no tanto en su pronunciación, pues, magnánimamente, Jaime jamás me corrigió la pronunciación.
El segundo reto fue el de sostenerle una sesión báquica en algún tugurio paceño o en su reducto de su casa en Villa Pavón. Muchas veces coincidimos en su puesto de libros con otros escritores jóvenes: el inquieto Christian J. Kanahuaty y el irreverente Daniel Averanga y otros. Allí nos enfrascábamos en diálogos intelectuales citando a un autor u otro queriendo demostrar que sabíamos más que el otro. Y también me sumergía en las turbulentas aguas de la noche acompañado de los saurios veteranos Humberto Quino, Adolfo Cárdenas y otros. Este nigromante me dio un día su libro de cuentos Desquiciados, maniacos, diferentes y otros textos. He aquí una breve conversación de sus búsquedas e inquietudes.
Nisttahuz: “Yo diría que desde que leí a Chejov que ya no tengo finales trabajaditos”
Esta en una vieja entrevista que le hice a mi entrañable amigo Jaime Nisttahuz, autor de Cuentos desnudos, Inquilinos del insomnio (2008), Desquiciados, maniacos, diferentes (2010), la novela Barriomundo (1993) y Recodo en el Aire (2003), entre otros. Tiene otros trabajos más nuevos y material periodístico para recopilar. Era columnista de La Prensa. Él era un escritor añejado por el alcohol, estratificado por años de escritura junto a la artillería pesada: El Padre Juan Quiroz, René Bascopé y otros.
La conversación que mantuvimos versó sobre su obra Cuentos desnudos, los mismos que podían mimetizarse con las de un escritor yanki Raymond Carver, pero tienen una particularidad, son bolivianos y llevan la chispa de la idiosincrasia y la recalcitrante obsesión dionisiaca de su autor. Hay autores que plasman en sus escritos sus preocupaciones existenciales o metafísicas; laberintos, tiempos circulares, preocupaciones formales como antinovelas, collages. Otros escritores se inquietan por la selección natural de Darwin, la evolución, la lucha por la justicia y la vida, pero a Nisttahuz solo le preocupa escribir bien, contarnos una historia. No nos habla de la explotación laboral o el movimiento gay. Es simple. La fórmula es escribir bien, trabajar buenos diálogos, personajes de carne y hueso e ir al grano sin retórica, sin ornamentos. No busca la estética de la oración, sino comunicar algo lo más lacónicamente posible, pero como si la escritura se diera por arte de magia, casi sin que se pueda percibir su mano y su pluma.
La literatura tendría que realzar a un ser insignificante, pero el autor de Barriomundo reivindica a sus personajes en su bajeza. Aquí una muestra de su influencia y sus demonios.
Carlos: Hablemos de Carver como tu influencia.
Jaime: Ah, Carver menciona a Chejov como su maestro y a mí me extraña que no le haya dedicado un trabajo porque él tiene ensayos. Le dedica inclusive un trabajo a Santa Teresa. Sí, y ha escrito inclusive poesía, pero no me agrada mucho su poesía porque la hallo muy descriptiva. Hay una corriente predominante que es más bien descriptiva, no es reflexiva, pero hay excepciones.
Carlos: Más o menos como Bukowski.
Nisttahuz: Eso, pero Bukowski todavía es bastante reflexivo, en cambio buena parte de los yanquis son más bien descriptivos y en las descripciones a ratos meten algo así como: “pero la primavera no dura siempre…”. Casi una reflexión y terminan al estilo como los chinos.
Carlos: Reticentes.
Nisttahuz: ¡Ah! Eso y creo que es una cualidad de la buena poesía, la reticencia. La poesía para mí es uno de los géneros más implícitos junto al cuento. Esos son los géneros que más me gustan. La novela raramente es implícita, siempre tiende a ser explícita y, a veces, hasta redundante. Por eso difícilmente encuentro novelas que tenga ganas de releer; en cambio, aparte de que es corta, la poesía es más releíble. No alcanzan a diez la novelas que he releído y cuentos un montón.
Carlos: ¿Has releído Factotum de Bukowski?
Nisttahuz: No, pero sí la Senda del Perdedor.
Carlos: ¿En el género de novela estás esperando que pase algo al final?
Nisttahuz: Me gusta menos una novela así con final abrupto, con final de cuento; del cuento clásico todavía pasa, pero en una novela no, no tiene por qué ser así. En el cuento ya está prefijado ese estilo de manejar el final. No diría desde Carver, yo diría desde Chejov, que ya no tenía finales trabajaditos, redonditos. Un experto en redondear, y yo lo he leído y en una época fue mi influencia Chejov, porque yo redondeaba mis cuentos, era O. Henry, el yanki. A él inclusive en una entrevista le preguntaron: “¿Cómo escribe usted sus cuentos?” Y él dijo: “Bueno, primero les encuentro el final, después escribo el cuento”. Pero tiene cuentos clásicos. Yo creo que más bien un cuento es como un trayecto. En el trayecto está el gusto. El objetivo del buen viajero no está en llegar a su destino, sino en el viaje mismo. Yo creo que la literatura es lo mismo, de la buena literatura.
La Paz/AEP/Carlos Gutiérrez Andrade