El uso de la cerámica en la arquitectura islámica refleja una notable evolución en complejidad y técnicas decorativas. Este desarrollo establece un paralelismo con las decoraciones externas de las mezquitas en Irán y las edificaciones contemporáneas en El Alto, Bolivia, donde se combinan elementos de Tiwanaku con la innovadora arquitectura cholet.
Vamos a poner una pausa al lapislázuli (piedra semipreciosa, de la cual se obtiene el azul ultramarino) para dar paso a la cerámica utilizada en el exterior de la infraestructura, convertida en un elemento estético, en una marca particular de la arquitectura islámica.
La cerámica además de elemento decorativo exhibía las destrezas de la caligrafía, evocaba elementos de la naturaleza y revelaba el complejo conocimiento de la geometría, y de las matemáticas, representada en figuras complejas. Lo que sigue a continuación es una forma de establecer un puente entre referentes arquitectónicos, religiosos, de medio oriente (Irán) con elementos estéticos y arquitectónicos visibles en las urbes modernas del departamento de La Paz, que reúnen componentes de Tiwanaku y una predilección por la decoración externa en la denominada arquitectura cholet, característica de la ciudad de El Alto.
Lo que se lee a continuación implanta ideas incitadoras para que el lector reconozca en el interés por la decoración de las mezquitas en tierras persas (uso espléndido del estuco en mocárabes y la decoración externa con cerámica) recursos también utilizados por los hábiles diseñadores y magníficos albañiles que levantan estas icónicas edificaciones en El Alto, sobre todo.
A manera de yapa, adhiero una circunstancia que llamó mi atención. La similitud entre un mural que descansa en una de las más bellas mezquitas de Irán y los murales pintados en los municipios paceños de Caquiaviri o Carabuco, acerca de la temática postrimerías o novísimos. De ahí que la estética del suplicio eterno, infierno y/o purgatorio, aparece como antiestética frente a las artes que celebran la vida, el entorno y la naturaleza.
La abundancia estética de la decoración externa
A saber, en la cultura occidental la decoración externa es secundaria, y es un complemento en la edificación. La belleza esencial está enfocada en sus líneas arquitectónicas y en las soluciones constructivas que se plantean. No diremos que la arquitectura árabe o islámica es opuesta a ello pero sí concibe la decoración, de mezquitas, escuelas y palacios, diferentemente. Los estudios de la arquitectura musulmana dan como ejemplo las aljamas, estructuras organizadas de barrios, palacios, donde hay extensas superficies a decorar, permitiendo realzar las bondades de la estructura o la proporción de su esquema arquitectónico. Aquello se podría entender cómo que la estructura conjuga su máxima voluntad con la decoración. De ahí que la decoración exterior se convirtió en una particularidad panislámica, uniendo la esencia del arte, religión y lenguaje árabe. Otorgándole a las obras artísticas del Islam un sello peculiar, “arquitectura y decoración forman un todo inseparable en el que ninguna de las dos artes es más o menos importantes que la otra. Y esto es aplicable a cualquier edificio, sea de carácter religioso, palatino o civil, y a cualquier época o área de influencia, desde las costas occidentales de al-Andalus hasta los sultanatos de la India”.
La decoración es el entramado de artes, técnicas y materiales que circularon a pesar de los conflictos bélicos y religiosos. Los artistas desarrollaron habilidades de reproducir, componer e innovar, recurriendo a materiales de diversas características y valoración. La decoración no recubre las estructuras como si se tratase de una piel, sino busca transformar los espacios, “un modo ilusionista, buscando siempre efectos de tridimensionalidad y de continuidad espacial sobre la base de una serie de principios básicos, como el de repetición y el de la mezcla de materiales y texturas” (Instituto Gallach: 516-518).
De modo que las edificaciones más modestas, al emplear materiales asequibles como el estuco, por ejemplo, en manos de los artesanos más competentes producían obras fantásticas como las bóvedas ornamentadas conocidas como ‘mocárabes’. Lo mismo ocurría con la manufactura cerámica, que recurría a técnicas complejas y materiales costosos, como el lapislázuli. La estética de las mezquitas era realzaba por mosaicos que eran símbolo de la memoria de diversos lugares y periodos históricos. Un referente destacado de esa riqueza material, técnica y simbólica son las edificaciones religiosas de Irán. Veamos algunas de las infraestructuras más representativas de la ciudad iraní de Isfahán.
Las arcadas de la mezquita Aljama o ‘mezquita del viernes’ es una clara muestra del uso acertado del estuco. En una imponente bóveda ornamental, en el centro de la instalación, esta mezquita da la impresión de que los primeros pasos en el complejo dan acceso a un entramado infinito de entidades, plantas y animales, acompañando la oración del viernes.
Muy cerca de esta, está la Mezquita de Sayk Lulfallah-Isfahán, que destella por su espléndido revestimiento de cerámica vidriada polícroma. En la imagen de la mezquita se puede avizorar su opulencia, minuciosidad y exquisitez técnica en los usos del mosaico. La impactante estructura se acabó de construir en 1615, a órdenes del Shah Abbas I. Su edificación queda reducida ante sus elementos decorativos que marcan iconografía y significados. Se distingue: los atamisques (1) o decoración árabe de tipo vegetal, lacería o geométrica, mocárabes, decoración epigráfica (2) y elementos figurativos.
Construida para ser usada como adoratorio del soberano y no de rezo al público, fue cambiando esa primera intención. Su descomunal decoración realza en su parte baja un borde de cerámicas policromas, donde el color predominante es el azul, otorgando una atmósfera insondablemente espiritual a la vista. La gama de azulejos está dispuesta en composiciones, cada cuadro realza un motivo decorativo de la iconografía musulmana. Alrededor de su bóveda panal, ornamentada (mocárabe), elaborada con destreza en estuco, se evidencia la decoración árabe de tipo vegetal (atamisque). Sabiéndose que el primer encuentro, y posterior conquista de al-Andaluz, fue una epifanía de aparición elísea, de un paraíso antitético a la cuna del profeta Mahoma, la vegetación está cargada de deseo, imaginación y ficción paradisiaca. Encima de esta está la plataforma que da paso a una cúpula de mármol amarilla, que en la base cuenta con vivaces azules. Pareciera que en la composición la coloreada bóveda abre un pasaje de salida para el sol, una referencia al ‘Levante’ como era conocida la zona de Oriente próximo.
Una razón para resaltar las formas geométricas como parte de la decoración islámica fueron los amplios conocimientos matemáticos, de tal modo que las formas geométricas se convierten en modelos de perfección y generadores de belleza geométrica. “El cuadrado, el círculo, el polígono o la superposición y repetición de cualquiera de esas formas se convierten en motivos decorativos que transmiten una sensación de fluidez espacial” (Instituto Gallach: 518).
A no olvidar que para el mercader toscano Leonardo Pisano (Fibonnaci), “el matemático occidental de mayor talento de la Edad Media”, llegó a dicha condición a razón de que incorporó prácticas de comercio árabes e islámicas, aprendidas en su estadía en bazares comerciales a la largo del Norte de África, oriente medio y Persia. Lo aprendido lo plasmó en libros de cálculo, explicando detalladamente la naturaleza de la numeración indoarábiga, “desde el ‘0’ hasta ‘9’, el uso del punto decimal y su aplicación a problemas comerciales prácticas que implicaban sumas, restas, multiplicaciones y divisiones y el cálculo de pesos y medidas, así como las permutas” (Brotton, 54).
Los materiales utilizados con mayor frecuencia en la arquitectura islámica del periodo eran el yeso, la madera, la cerámica o el vidrio. Se explotaban intensamente sus texturas y se proponían composiciones con variaciones policromas e incrustaciones. Este periodo estableció una conexión íntima entre la decoración arquitectónica y los elementos del arte mueble, integrándolos en el mismo espacio, “así una jamba o el intradós de un arco quedan unidos estética y estilísticamente por un zócalo, una alfombra o una alacena gracias al mismo criterio decorativo que transciende la decoración de arte mayor y arte menor” (Historia del arte, Instituto Gallach: 518).
De la belleza externa y del interior espeluznante
La Catedral Vank (monasterio o convento) de San Salvador y la iglesia de las Hermanas Santas Isfahán llama la atención por su diversidad de elementos que permiten entender muchas coincidencias. De un lado la cúpula tiene componentes característicos de la arquitectura musulmana, lacería o decoración geométrica con una sofisticada red de polígonos que cubren la superficie formando un octógono y estrella de ocho puntas, además de ataurique decoración árabe de tipo vegetal. La cúpula más alta del complejo está construida con mosaicos de colores azules y amarillos. Esta catedral es un ejemplo propio del desafío de la arquitectura islámica y la decoración externa de las mezquitas. A ello se suma otro elemento, su interior está exclusivamente trabajado en torno a la iconografía católica, teniendo como protagonista a las pinturas murales.
Sus murales son de temática novísimas o postrimerías, composiciones o dispositivos visuales que sirvieron con fines de instrucción de la doctrina cristiana. La postrimería reúne una narrativa visual cargada de iconografía, influenciada por la literatura de distintas épocas. Hace presencia la Edad Media, en obras icónicas como La Divina Comedia, de Dante Alighieri; la Grecia clásica y la Iliada y Odisea de Homero; y la epopeya latina en la Eneida, de Virgilio. Sus composiciones en conjunto construyen las representaciones de lo que ocurre luego de la muerte, como destino ineludible (escatología).
Al igual que los ejemplares existentes en el altiplano boliviano, los de esta región de Irán personifican diversas creencias (rituales y costumbres) marcadas por la idolatría. Las representaciones están cargadas de lo pecaminoso, demoníaco y apóstata. En Isfahán se puede distinguir la representación del cielo y su contraparte, el infierno.
De manera similar que en la pintura virreinal, el cielo se representa como un conjunto jerarquizado de seres que lo habitan. En la cúspide está la Trinidad, rodeada por ángeles, con María y San Juan Bautista a los pies. Luego aparecen los apóstoles, patriarcas bíblicos, padres de la Iglesia, mártires y santos connotados, fundadores de órdenes religiosas y, finalmente, la población femenina, incluyendo santas mártires, fundadoras y monjas santificadas. A continuación, se encuentra la Tierra y, por último, el infierno.
El mural de esta iglesia en Irán emplea modelos de grabados similares a los utilizados durante la época Virreinal, que fueron pintados en los pueblos indios de Carabuco, Caquiaviri, Curahuara de Carangas y otros. De estos últimos, sus composiciones más inquietantes reúnen el infierno, el reinado del anticristo y el purgatorio.
1 Es una decoración árabe de tipo vegetal, palmas o palmetas, granadas, roleos de vid y hojas de acanto. Con el pasar de los tiempos fue haciéndose más complejo en su diseño, materiales y composiciones.
2 La decoración epigráfica utiliza las formas y el arte de escribir de la caligrafía árabe, priorizando sus formas y llevándola al nivel de “letra bella”. El conjunto de rasgos que forman parte de la epigrafía arábica reúne o expone desde las formas más antiguas o primitivas, definidas por su estilo anguloso y de letra cúfica, correspondiente al arte paleo islámico. Involucra, además, estilos con curvas más pronunciadas, muy utilizadas en la actualidad, como la caligrafía nasji. Estos elementos son muy característicos de la arquitectura islámica desde el siglo XI.
La Paz/AEP/ Marcelo A. Maldonado Rocha