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Ociel Alí López

Qué significa para El Salvador (y América Latina) el triunfo de Bukele

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, no solo ha ganado las elecciones de una manera más holgada de lo que se esperaba (más del 80 %, según cifras preliminares), sino que con este resultado también ha generado un modelo político que muchos sectores internacionales, de diversa índole ideológica, ven como pauta factible, realizable y con resultados concretos, a pesar de desarrollarse en medio de una situación económicamente débil y con graves problemas sociales como los que existen en el país centroamericano.

Si algo caracteriza a Bukele es que no construyó un metarrelato ideológico y a partir de allí basó su accionar, sino que logró hacer una gestión exitosa contra uno de los grandes problemas que cruza América Latina de un punto al otro: el tema de la seguridad. Allí radica su crecimiento de más de treinta puntos en relación a las presidenciales de 2019, en las que ganó con 53 %.
Todos los gobiernos de América Latina, hayan sido de izquierda, derecha, militares o civiles, progresistas o retrógrados, han aplicado distintas recetas para enfrentar el tema de la seguridad. Unos lo han hecho desde políticas redistribucionistas; otros, con métodos represivos. Pero todos habían patinado, mientras que bajo la administración de Bukele su país se convirtió de uno con los más altos índices mundiales de homicidios y donde reinaban las pandillas a uno que bajó las cifras de asesinatos de manera rotunda y generó sensación de seguridad en su población.

Entre su performatividad como hombre milenial y los resultados de su gestión, ha logrado generar una narrativa que, como ha comprobado con el resultado de este domingo, ha cohesionado el país bajo su liderazgo y desde allí se va desplazando por el resto del continente.

Bukele: ¿izquierda o derecha?
Si la definición de izquierda y derecha puede resumirse, en América Latina, en base al grado de alineación que un gobierno tenga con Washington, entonces Bukele tendría que ser visto como un actor de izquierdas debido a que se ha venido confrontando con la actual administración de EEUU y con la institucionalidad occidental.
Si, por el contrario, la definición izquierda y derecha se define según las relaciones ideológicas, pues Bukele tendría que ser visto como un actor de derecha, ya que, a pesar de sus orígenes palestinos, ha defendido la política de Israel. También ha saludado el triunfo del presidente Javier Milei en Argentina y se ha enfrentado a líderes de izquierda como el presidente colombiano Gustavo Petro.

Si hablamos de su procedencia política, pues evidentemente el presidente reelecto proviene de la izquierda, ya que su padre fue un actor importante dentro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en plena guerra civil. Bukele no es un ‘outsider’, nació en la política militando en el Frente y posteriormente fue alcalde en dos oportunidades, en dos ciudades diferentes, con ese partido. Rompió con la organización cuando ésta le denegó su candidatura presidencial.
Pero en sí, Bukele es un populista pragmático. Es un populista en el sentido de que ha desafiado a la democracia desde la democracia misma. Se ha convertido en lo que algunos sociólogos llamaron un “huésped incómodo”, para caracterizar al sujeto populista a lo interno de la democracia, que logra arrasar con los partidos preexistentes y burlar los corsés procedimentales (como el de la reelección) diseñados por el sistema liberal.

Es pragmático porque establece sus relaciones y sus decisiones con base en intereses que van mutando. Este pragmatismo se pondrá a prueba ante el hipotético nuevo auge del trumpismo durante este año y los próximos. Con el expresidente Donald Trump, Bukele comparte los mismos adversarios: los medios liberales, las ONG, la izquierda radical aliada al Frente, los discursos de derechos humanos y las asociaciones y partidos más cercanos a la democracia liberal. Si ese escenario de triunfo de Trump se produjera finalmente, es muy posible que veamos un Bukele mucho más alineado con Washington, como sucedió durante sus primeros años de gobierno que coincidieron con los últimos del gobierno de Trump.

Nayib Bukele es ciertamente un personaje “embarazoso” para la democracia liberal. Es un líder que se acerca más a los populismos, sobre todo, a los de derecha. Aunque muchos presidentes de la región lo ven con simpatías, prefieren no tomarse la foto, porque tienen la sensación de que en cualquier momento puede ubicarse en una posición “indefendible”.
En su próxima toma de posesión, el 1 de junio, veremos quiénes se animan a asistir y con ello a desafiar los postulados de la democracia institucional.

El resultado

El resultado interno para los partidos de izquierda y derecha tradicional ha sido demoledor. Los dos partidos que gobernaron durante el período de la postguerra han caído de manera estrepitosa. Según cifras preliminares, el FMLN ha obtenido apenas el 7 %; mientras que el partido Arena, el 6 %. Entre los dos apenas sumarían nueve de los sesenta diputados, lo que implica un deslave de sus fuerzas sociales que han cedido su respaldo a Bukele.

Los factores de poder en El Salvador, especialmente sus medios, han emprendido una lucha mordaz contra Bukele, pero elección tras elección éste va tomando mayor espacio, al punto que, con este resultado, reduce a minoría “ridícula” la participación del resto de partidos en el Poder Legislativo.
En América Latina, su triunfo va a animar los discursos más represivos contra la delincuencia, especialmente en momentos en los que la violencia social, el narcotráfico y la inestabilidad social van tomando cuerpo en países que parecían vacunados ante este mal, como Ecuador, Argentina, Chile y Uruguay.
En estos predios, el ‘modelo Bukele’ ya ha sido invocado en varios procesos electorales. Pero luego de la jornada dominical en la que venció nuevamente, su influjo se verá potencializado.

Es bastante extraño que un pequeño país, con graves problemas sociales y económicos, se convierta en un faro de gestión exitosa, pero es eso lo que ha logrado Bukele y no es poca cosa.
Le quedan cinco años para corroborar si su éxito enfrentando el problema de la seguridad, puede extrapolarse a otros flagelos que azotan a El Salvador, sobre todo, los relacionados con la economía y la desigualdad social.
Veremos.

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