Industrialización con sustitución de importaciones es la frase que se está escuchando cada vez más en el país, y es que se trata de una de las principales políticas del Estado que impulsa el presidente Luis Arce para llevarnos a producir lo que consumimos y darle su lugar a la producción nacional, y para ello no está escatimando esfuerzo en fomentar la creación de industrias nacionales en ciudades y poblados, aprovechando las fortalezas naturales de cada región.
Sin embargo, esta titánica tarea gubernamental debe tener el apoyo decidido de los gobiernos subnacionales, pues serán estos los que lleguen a las comunidades y ciudades donde debe incentivarse la producción y el consumo de los productos nacionales.
El país ya vivió una etapa de industrialización en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, que creó manufactura nacional, como la Fábrica Nacional de Fósforos que se erigió donde hoy está Adepcoca, el mercado de coca de los campesinos yungueños y un establecimiento educativo privado. Era un gigantesco manzano que daba trabajo a cientos de obreros bolivianos y que fue cerrado por la irrupción del neoliberalismo.
Lo mismo le sucedería a Fanviplan, la Fábrica de Vidrio Plano que estaba en Río Seco y que durante años surtió de cristales a todas las edificaciones que se levantaron en esa ciudad y también en la sede de gobierno.
O la ciudadela obrera de Pura Pura y Vino Tinto, en el norte de la ciudad, donde se erigieron fábricas como Soligno, Forno o Estatex, las textileras que surtían de telares a otras fábricas que elaboraban prendas de vestir y podían seguir creciendo.
Dos factores provocaron el colapso de todas esas fábricas:
El primero, el naciente contrabando, lo que abarataba el precio de las prendas y el costo de producción; el segundo, que eran muy difíciles de vender en mercados externos. A esos dos factores se sumó el ingrediente político, como los sucesivos golpes de Estado en el país, que fue el tiro de gracia para las industrias.
Por eso, en este nuevo periodo se hace necesaria la acción de los municipios principalmente, porque de nada servirá instalar empresas e industrias en los confines del país si no hay consumo e impulso desde los gobiernos ediles.
La fórmula de crecimiento es simple, se inicia la fábrica y el consumo debe ser local en su integridad, la fábrica crece. Luego se va ampliando y se transportan los excedentes hacia las grandes ciudades y la fábrica crece aún más; y vienen los planes mayores, la exportación. La consecuencia directa es que todo el pueblo tendrá más producción, la fábrica tendrá más obreros y la riqueza que genere se redistribuirá entre todos los habitantes.
Esa misma fórmula se puede repetir en las grandes fábricas de las grandes ciudades, pero el apoyo fundamental será el impulso y el consumo, de ahí tendrá sentido la frase que el presidente Arce elevó en el anuncio de la producción de química básica en el país, “hecho en Bolivia”.
Hay un horizonte que seguir y el Presidente ya lo avizoró, toca a la ciudadanía asumir su propio papel para activar ese círculo virtuoso de bienestar y riqueza.