Tras una década marcada por controversias y cuestionamientos, el ciclo de Luis Almagro al frente de la Organización de Estados Americanos llega a su fin.
Este periodo deja un legado que ha profundizado el descrédito de un organismo que, lejos de consolidarse como un espacio de cooperación continental, ha sido percibido cada vez más como un instrumento al servicio de intereses específicos, particularmente los de Washington.
La trayectoria de Almagro resulta paradójica cuando se considera su origen político. Llegó a la secretaría general con el respaldo del gobierno progresista uruguayo de José Mujica, donde había servido como canciller.
Sin embargo, una vez en el cargo, su alineamiento con las políticas estadounidenses se hizo evidente, especialmente durante la administración Trump, generando una ruptura con los principios que, al menos en teoría, debían guiar su gestión.